Estamos más influenciados de lo que pensamos por la falsa escala de valores que el mundo emplea, tal como la fortuna, el rango social… Aun el profeta Samuel necesitaba aprenderlo:
El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón
(1 Samuel 16:7).
¿Sabe hasta dónde la “acepción de personas” llevó al mundo? Hasta menospreciar y desechar al Hijo de Dios porque había venido como un hombre pobre a la tierra (2 Corintios 8:9). Aún hoy, el hermoso nombre de Cristo, asociado a los cristianos, es objeto de burlas y blasfemias. Sin embargo, los que lo llevan, esos pobres a quienes el mundo desprecia, son designados por el Señor como los “herederos del reino” (v. 5; Mateo 5:3). A ellos se impone, pues, la ley real, es decir, la del rey (v. 8). Y faltar al mandamiento de amor es faltar a la ley entera, lo mismo que basta la ruptura de un único eslabón para romper una cadena. De modo que todos éramos culpables, convencidos de pecado. Pero Dios halló una gloria más grande en la misericordia que en el juicio. Esa misericordia nos coloca de ahí en adelante bajo una “ley” muy distinta: la de la libertad, libertad de una nueva naturaleza que encuentra su placer en la obediencia a Dios (1 Pedro 2:16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"