¡Qué contraste entre el santo Hijo de Dios y el sacerdote tomado de entre los hombres, obligado a ser indulgente a causa de su propia debilidad! El versículo 8 resalta otro contraste. En lo que nos concierne, necesitamos aprender la obediencia porque por naturaleza somos desobedientes. El Hijo de Dios tuvo que aprenderla por una razón muy distinta. Por ser soberano Creador no está sujeto a nadie. Obedecer era algo completamente nuevo para Él. Pero de este modo dio el ejemplo y, de ahí en adelante, se impuso como modelo a los que le obedecen (v. 9).
En una colectividad, ¿cuál es el jefe que tiene más autoridad? El que empezó por ejecutar personalmente, en las más difíciles condiciones, las tareas que luego encomienda a sus subordinados. Aprendamos la obediencia en la escuela del Señor Jesús. Pero, ¿qué clase de alumnos somos nosotros? ¿No merecemos a menudo el reproche del versículo 11: “tardos para oír”? Aquí la Palabra de Dios no es, como en el capítulo 4, la espada que desentraña las intenciones del corazón, sino el alimento sólido que fortalece al hijo de Dios y lo vuelve capaz de discernir por sí mismo el bien y el mal. Tal es el gran progreso del creyente: llegar a ser más y más sensible a lo que agrada y a lo que no le agrada al Señor…
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"