Al lado de los que son ancianos en la iglesia (cap. 1:5-9), cada creyente, joven o viejo, hermano o hermana, debe dar un buen testimonio (cap. 2:2-10). Lo que está ordenado a los siervos se aplica a todos los redimidos del Señor. Son escasos los que no tienen un jefe por encima de ellos y, de todos modos, cada uno debería poder considerarse como Pablo: siervo de Dios. Seamos “adornos” que hagan resaltar la enseñanza de nuestro Maestro (v. 10; 1 Reyes 10:4-5).
Los versículos 11 y 12 nos muestran la gracia de Dios manifestándose de dos maneras:
1) Trae a todos los hombres una salvación que ellos no podían alcanzar por sí mismos.
2) Enseña al hijo de Dios a vivir sobriamente en su vida personal; justamente en sus relaciones con los demás y piadosamente en sus relaciones con el Señor.
Toda la vida cristiana cabe en esos tres adverbios. Y lo que la sostiene es la esperanza (v. 13). Ésta es llamada bienaventurada porque llena el alma de una felicidad presente (v. 13; cap. 1:2; 3:7).
“Dios nuestro Salvador… nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (v. 10, 13): este título, contenido en el nombre de Jesús (que significa Dios Salvador), recuerda que le debemos todo. Acordémonos siempre que él “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (v. 14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"