“¡Ay de mí!” exclama el profeta, quien reconoce a la vez su propia miseria y la del pueblo. Si generalizamos, podemos ver aquí la amarga experiencia que el hombre hace consigo mismo. Descubre que en sí no hay recurso ni fruto (v. 1), que tampoco puede apoyarse en las autoridades ni en los grandes de aquí abajo (“el mejor de ellos es como el espino”; v. 4; Salmo 118:9); finalmente, que también sus allegados le decepcionarán si confía en ellos. ¡Penosa pero necesaria experiencia! ¿La hemos hecho? ¿Estamos convencidos de que solo Cristo es digno de nuestra plena confianza? “Ninguno hay recto entre los hombres” (v. 2). Pero lo que no hallamos ni en nosotros ni en los demás, lo hallamos en él (v. 7).
El Señor Jesús cita el versículo 6 para describir las consecuencias de su venida (Mateo 10:34-36). Ella pone a cada uno a prueba y confirma que
el que no está con él, contra él está (Lucas 11:23). ¿
De qué lado estamos?
Este libro termina enunciando las certezas y las promesas de la gracia. “Él… echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (v. 19). ¡Qué felicidad saber que nuestros pecados están sumergidos para siempre! A la verdad, Señor, “¿qué Dios como tú?” (v. 18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"