Dios acaba de hablar del restablecimiento de Israel y de los acontecimientos bélicos que lo acompañarán (cap. 4). Ahora nombra a Aquel que será a la vez el dominador y el instrumento de la liberación. En Cristo, Dios cumplirá todos sus propósitos. Aquel cuyos orígenes han sido “desde los días de la eternidad” debía nacer en Belén, pequeño pueblo de Judá (véase Mateo 2:3-6). Y él, el Juez de Israel, sería herido por su pueblo ciego y criminal (v. 1; Isaías 50:6). Entonces se comprende con qué sentimientos Dios puede anunciar su gloria al venir y declarar: “Ahora será engrandecido… este será nuestra paz”. ¡Expresiones igualmente dulces para el corazón de cada redimido!
Al mismo tiempo que habla del Señor Jesús, este capítulo lo hace:
1) de Israel, pues la liberación y la bendición del remanente están unidas con la majestad del nombre de Jehová;
2) del asirio, el enemigo del fin. Para su perdición, este encontrará al Pastor de Jacob, cuya responsabilidad no solo es la de apacentar su rebaño (v. 4), sino también la de asumir su defensa. Finalmente, el mal bajo todas sus formas será extirpado del país (v. 10-15). La limpieza operada por el rey Josías nos da una imagen de ello (2 Crónicas 34:3-7).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"