Uno puede preguntarse por qué Dios, quien cubrió las precedentes faltas de David, recuerda aquí la del censo. Primeramente, este pecado muestra la distancia que separa a ese rey de Aquel cuya débil figura fue. Era preciso que Israel no confundiera a su Mesías siquiera con el más grande de sus reyes. El Hijo de David era, al mismo tiempo, su Señor (Mateo 22:41-45). Por otra parte, era necesario explicar el castigo divino y la gracia que le pondría fin, sin la cual el relato sería incomprensible. David aparece aquí como un culpable, ni más ni menos, como usted y yo. Pero él conoce el corazón de Dios. Su respuesta a Gad lo prueba:
Que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas
(v. 13).
Cada uno de nosotros, ¿ha experimentado personalmente la riqueza y la variedad de las misericordias del Señor? (léase Lamentaciones de Jeremías 3:22-23, 32).
Por la expiación de nuestros pecados, ni hablar de escoger entre tres años de hambre, tres meses de guerra o tres días de enfermedad. Pero Cristo, en nuestro lugar, conoció en las tres horas sombrías de la cruz la plena medida de la ira de Dios; él llevó la eternidad de nuestro castigo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"