Entre los hijos de Judá todavía, después de los reyes y las personas ricas y honradas como Jabes, vemos a modestos artesanos (v. 14, 21-23). Trabajaban el lino, eran tejedores, alfareros y jardineros. Aunque su condición era humilde, tenían un gran privilegio, porque “moraban allá con el rey, ocupados en su servicio”.
Guardémonos de buscar una posición elevada en el mundo, si el Señor no nos llamó expresamente para ella. El pueblo de Dios no cuenta con
Muchos poderosos, ni muchos nobles
(1 Corintios 1:26;
léase también Jeremías 45:5). Todo puesto importante inevitablemente acarrea absorbentes responsabilidades, las que generalmente dejan poco tiempo para ocuparse en la Palabra y la obra del Señor. No escojamos, pues, una profesión que impida que moremos con el Rey y que cumplamos Sus trabajos.
La tribu de Simeón había sido objeto de un severo juicio a causa de la violencia de su jefe de raza (Génesis 49:5-7) y de la idolatría de Baal-peor (Números 25:14). Pero aquí, según el propósito del libro, solo se trata del bien que la gracia produjo: esta tribu extendió sus límites y logró brillantes victorias.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"