No busquemos en estas listas el orden y rigor exigidos, por ejemplo, en un registro civil. Aquí, como siempre, la Palabra de Dios no responde a la curiosidad ni las investigaciones de la inteligencia humana. Omisiones, substituciones e inversiones vuelven a encontrarse varias veces en estos capítulos para responder a las intenciones del Espíritu de Dios. ¿Y cuáles son estas intenciones? ¿Por qué estas largas genealogías difíciles de leer? En primer lugar, se trata de comprobar los derechos de las familias de Israel a las promesas hechas a Abraham. Cada israelita podía, refiriéndose a ellas, hacer prevalecer sus orígenes y sus derechos a la herencia. ¡Ay!, sabemos que los judíos del tiempo del Señor se vanagloriaban de tener a Abraham como padre, pero rehusaban reconocer en medio de ellos a Aquel que es antes que Abraham (Juan 8:58).
En cuanto al cristiano, al recibir la vida divina en el momento de su nuevo nacimiento, forma parte de la familia de Dios. Su ascendencia terrenal no tiene importancia: Dios ha llegado a ser su Padre por medio de Jesús. Así, el creyente puede exclamar:
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios
(1 Juan 3:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"