“Id a Bet-el, y prevaricad” –invitaba irónicamente el capítulo 4:4– “aumentad en Gilgal la rebelión…”. Pero ahora Dios suplica: “No busquéis a Bet-el, ni entréis en Gilgal…”. “Buscadme, y viviréis… Buscad a Jehová, y vivid” (v. 4-6).
Para vivir, al hombre nada le vale tener una religión; necesita un Salvador.
Jesús es el camino, la verdad, la vida; nadie viene al Padre sino por él (Juan 14:6). Reconozcamos la grandeza de Aquel que hizo y sostiene los mundos (Hebreos 1:2-3). En una noche clara, cuando descubrimos las Pléyades y el Orión, estas constelaciones confunden nuestra inteligencia. En vano nos esforzamos por apreciar su fantástico alejamiento. Pero el Hijo de Dios cumplió una obra mucho más maravillosa aún. Él cambió en mañana la sombra amenazadora de la muerte eterna que ya nos envolvía, la que fue sorbida en victoria en su resurrección (v. 8; 1 Corintios 15:54). Por cierto, las tinieblas siempre reinan en este mundo. La opresión y la injusticia son cosas corrientes. Pero el cristiano no es agobiado por ellas: aun “en tiempo malo” sabe dónde hallar a su Salvador. “Buscadle”, tal debería ser nuestra consigna cada vez que abrimos nuestra Biblia (Salmo 27:8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"