Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, es decir, no puede ser aislada del plan general de Dios (2 Pedro 1:20). A partir del versículo 36, como lo prueban las palabras del Señor mismo, es cuestión de acontecimientos aún venideros, a los cuales, de alguna manera, los del pasado sirvieron de bosquejo e introducción. Así, Antíoco Epifanio, rey de Siria, está designado sin equívoco en el versículo 31. Para vengarse de los judíos, sacrificó una cerda en el templo e hizo colocar en él una estatua de Júpiter. No obstante, no es más que una figura del futuro rey del norte o asirio. A ese personaje profético se aplican los versículos 40 a 45, mientras que los versículos 36 a 39 conciernen al Anticristo, «el rey», quien en ese tiempo del fin se hará adorar en Jerusalén. Será el superhombre esperado, quien, bajo el dominio de Satanás, reunirá en su persona todas las perversas y orgullosas tendencias del corazón humano. Obrar según su antojo (en absoluto contraste con Cristo: Hebreos 10:7), proferir las peores blasfemias contra Dios, despreciar a Su Cristo, elevarse por encima de todo, apoyándose en el dinero, la violencia y la mentira, tal es por cierto el espíritu del Anticristo, el que no es difícil discernir en el mundo actual (1 Juan 2:18, 22-23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"