Eleazar e Itamar habían compartido el sacerdocio después de la muerte de sus hermanos Nadab y Abiú (Números 3:4). Más tarde, la rama descendiente de Itamar perdió sus derechos a causa de la corrupción de los hijos de Elí y de la traición de Abiatar (1 Samuel 3:12-13; 1 Reyes 1:7-8; 2:27). Por eso es preciso que los sacerdotes sean hijos de Sadoc, de la familia de Eleazar (1 Crónicas 6:50-53). Así como fue en aquellos tiempos, en los últimos días, ese cargo tampoco se obtendrá como consecuencia de capacidades personales sino exclusivamente por derecho de nacimiento (Salmo 87:5).
Hoy ocurre lo mismo con los redimidos del Señor. En virtud del nuevo nacimiento, todos ellos tienen derecho al hermoso título de sacerdote.
Pero, como todo privilegio, este igualmente implica deberes. Las instrucciones dadas a los sacerdotes son muy precisas, tanto para el cumplimiento de su servicio como para su vida familiar (comp. Levítico 21). Especialmente deberán velar por la pureza, y es también nuestra responsabilidad mantenernos apartados de la contaminación, nosotros, quienes somos por gracia “sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5; véase también 1 Tesalonicenses 4:4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"