Si David fue el rey de gracia, Salomón, su sucesor, aparece como el rey de gloria. En los consejos de Dios, la gracia y la gloria van una tras otra, sin separarse. Y el creyente, que ya goza de la gracia, también recibirá la gloria cuando el Señor venga. Hiram, rey de Tiro, siempre había amado a David. Por eso, al subir Salomón al trono, Hiram participa de la gloria del gran rey y recibe, en abundancia, lo necesario para satisfacer sus necesidades y las de su pueblo. Gustoso, contribuye a la construcción del templo, principal empresa del reinado de Salomón. Porque ahora que Jehová dio reposo a Israel, también Él puede descansar y cambiar la tienda de viajero por una morada fija. Como antes el tabernáculo, pero con nuevas figuras, el templo de Salomón va a proveernos de numerosas ilustraciones en lo concerniente a las relaciones de Dios con su pueblo. Ya tenemos una primera diferencia: la casa del desierto estaba colocada sobre la arena misma, mientras que esta debe ser edificada inquebrantablemente sobre “piedras grandes, piedras costosas”.
Su cimiento está en el monte santo
(Salmo 87:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"