Bajo el reinado de Roboam, las diez tribus –cuyo cabecilla era Efraín– se habían separado de Judá y de Benjamín como consecuencia de la infidelidad de Salomón. Desde entonces, esa brecha nunca fue reparada. Sin embargo, lo será cuando se establezca el reinado de Cristo, y Ezequiel lo anuncia así por medio de esos dos palos que forman solo uno en su mano (comp. Jeremías 3:18).
Jehová muestra que, sin aguardar ese momento, la unidad de su pueblo no deja de estar en su pensamiento.
Los profetas y luego los apóstoles nunca perdieron de vista el conjunto de las doce tribus (1 Reyes 18:31; Hechos 26:7; Santiago 1:1).
Ocurre lo mismo con la Iglesia del Señor Jesús. Por culpa de sus hombres su unidad no es ya visible, pero ella existe para él y nunca deberíamos olvidarlo. En presencia de toda la confusión y las divisiones de la cristiandad, es consolador pensar que hay solo una verdadera Iglesia compuesta por todos los creyentes. Hay “un cuerpo”, como también “un Señor”: Cristo, de quien David es aquí figura (Efesios 4:4-5; 1 Corintios 12:5, 12). “Un rey será a todos ellos por rey… nunca más serán divididos” (v. 22). “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor” (comp. Juan 10:16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"