Este extraordinario capítulo completa al precedente, mostrándonos esta vez cómo Jehová da una nueva vida a todo su pueblo restaurado. Como lo explican los versículos 11 a 14, esta asombrosa visión se aplica a la resurrección nacional de Israel (después del arrebatamiento de la Iglesia). El actual retorno de judíos a Palestina parece ser el preludio de ello. En respuesta a la palabra del profeta, los huesos se juntan, los nervios, la carne y la piel vienen a cubrirlos, pero su estado de muerte no ha cambiado. Es un despertar nacional nada comparable con el despertar espiritual que el pueblo conocerá luego, al alba del reinado de Cristo. En efecto, para dar la vida, el Espíritu de Dios debe obrar y entonces lo hará despertando la conciencia y los afectos de ese pueblo (Salmo 104:30).
La pregunta formulada al profeta subraya la completa impotencia humana (v. 3). En esos huesos no hay fuerza ni vida. Pero todo eso precisamente hace resaltar el poder de Dios, “el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17). ¡Cuánto más maravillosa aun es la obra que él cumplió en nosotros! Si bien estábamos muertos en nuestros pecados, él nos dio vida juntamente con Cristo (Efesios 2:5; Colosenses 2:13; Juan 5:21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"