En Israel el rey era también el supremo juez, figura de Cristo, quien será a la vez lo uno y lo otro. Así que el joven rey Salomón necesita mucha sabiduría divina para la doble tarea de gobernar y juzgar al pueblo. Pero la promesa de Dios se cumple sin tardanza; el célebre juicio en el asunto de esas dos mujeres lo da a conocer a todo Israel como quien ha recibido “sabiduría de Dios para juzgar” (v. 28). No fue así como Absalón había procurado establecer su reputación de juez (2 Samuel 15:4). ¿Cómo habría podido reinar la justicia si ese hombre impío, rebelde y homicida, se hubiese adueñado del trono que Dios destinaba a su joven hermano Salomón?
Solo uno fue más sabio que Salomón. Consideremos a Jesús, niño lleno de “sabiduría”, que maravilló a los doctores con su inteligencia (Lucas 2:40, 47); luego, en el curso de su ministerio, contestó según el estado del corazón de cada uno, discerniendo las trampas que se le tendían y confundiendo a sus adversarios. Admirémosle, particularmente en esa escena en que pronuncia su juicio respecto de la mujer adúltera: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, responde él a los acusadores (Juan 8:7).
¿Y qué sabiduría es esta que le es dada?, decían de él
(Marcos 6:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"