En el comienzo de esta nueva división, Jehová recuerda al profeta sus consignas como atalaya (véase cap. 3:16 y sig.): advertir al malo, exhortarle a apartarse de su camino de iniquidad. Ese es también el servicio de cada redimido del Señor, porque conoce por medio de la Palabra lo solemne del tiempo actual. Si mi trompeta diere un sonido incierto (1 Corintios 14:8) o quedare callada, Dios se proveerá de otro atalaya, pero habré faltado a mi responsabilidad y se me pedirá cuenta de ello. El apóstol Pablo había cumplido fielmente ese servicio en Éfeso y pudo decir a los ancianos de esa ciudad: “Estoy limpio de la sangre de todos… no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:26-27, 31).
El versículo 10 puede aplicarse a todos aquellos que son conscientes del peso de sus pecados, sin conocer todavía al Dios que perdona. En respuesta a esos ejercicios, Jehová repite su preciosa declaración del capítulo 18:23: “Vivo yo… que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (v. 11). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"