Jehová denuncia severamente el egoísmo de las ovejas fuertes y engordadas y promete que reparará los agravios hechos a las que son flacas y débiles. Luego designa –con comprensible satisfacción y amor– al pastor a quien él va a suscitar: su siervo David.
A través de este, fiel pastor del rebaño de su padre y más tarde del de Israel
(1 Samuel 17:34-35; 2 Samuel 5:2),
Dios quiere hablarnos de su Amado. “Yo soy el buen pastor” dirá Jesús,
en contraste con todos los malos pastores de los cuales nos habló en el comienzo de este capítulo. Tuvo compasión de las multitudes de Israel, cansadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36). Lo que caracteriza al buen Pastor es que da su vida por las ovejas (Juan 10:11). Tal es, por cierto, la suprema prueba de su bondad, la que supera todos los cuidados enumerados en este capítulo. “Conozco mis ovejas, y las mías me conocen” agrega el Señor; palabras que podemos comparar con los versículos 30 y 31. Escuchemos todavía esa conmovedora expresión: “ovejas mías, ovejas de mi pasto” (comp. Salmo 100:3). En el capítulo 36:38 hallaremos otras “ovejas consagradas… ovejas de Jerusalén… rebaños de hombres”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"