Este capítulo y los siguientes parecen difíciles de comprender. Pero las profecías que contienen se esclarecen cuando las colocamos en el marco de los acontecimientos del fin de los tiempos, cuando todas las potencias humanas y nacionales que hayan combatido contra Israel serán abatidas para dar lugar al reinado de Cristo.
En esa endecha (v. 16), la suerte de las naciones nos es presentada de manera simbólica. Se encuentran en el Seol en medio de los “muertos a espada” (v. 21; la expresión se halla tres veces en el cap. 32). La primera nación es Asiria, el asirio de los últimos días, poderoso árbol cuya caída fue contada en el capítulo 31. Se nombra luego al Elam (Persia) con Mesec y Tubal (Rusia). También allí están Edom, los príncipes del norte, los sidonios, lo mismo que Faraón y “toda su multitud”. Pueblos grandes y pequeños, después de haber estado más o menos tiempo en la actualidad de la escena mundial, vuelven a encontrarse en ese siniestro lugar de cita. ¿Qué se hizo de su magnificencia? ¿De qué les sirvió su poderío? El terror que inspiraban ya no asusta a nadie y llega a ser su vergüenza (v. 30). Todo lo que tanto importa en la “tierra de los vivientes” no tiene más valor en el umbral de la eternidad. Entonces, una sola pregunta se formulará a cada uno: ¿Está su nombre en el libro de la vida? (Apocalipsis 20:15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"