Mefi-boset

2 Samuel 9:1-13

El capítulo 8 desplegó ante nosotros la gloria del rey David. Pero una cosa la supera aún: su gracia. La aprendió en la escuela de Dios, siendo él mismo objeto de esta gracia. ¿Es así, en efecto, “como procede el hombre”, al recibir en la corte y a su mesa al último representante de la raza rival, el heredero de su enemigo? (léase 2 Samuel 4:4).

No, se trata de una “misericordia de Dios”. Porque David no se contenta con cumplir su promesa a Jonatán y a Saúl (1 Samuel 20:14-15; 24:21-22); hace sobreabundar esta gracia divina para con el pobre Mefi-boset, el cual está lleno del sentimiento de su propia indignidad. Además, este hombre ¿no era cojo, y por esta razón se exponía al odio del rey? (cap. 5:8). Pero vemos cómo se le busca, se le llama por su nombre, se le tranquiliza (v. 5-7), se le enriquece, se le invita a la mesa del rey como si fuera un miembro de la familia, y finalmente, David lo toma a su cargo para siempre. ¡Qué hermosa figura de la obra de Jesús por un pecador!

Mefi-boset seguirá siendo un lisiado. El versículo 13 lo repite intencionalmente. Pero, cuando está sentado a la mesa real, no se nota. ¿No sucede lo mismo con el creyente aquí en la tierra? No se le quita su vieja naturaleza. Pero, permaneciendo en comunión con el Señor, puede ocultarla.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"