La parábola de las dos grandes águilas y de la vid, explicada en los versículos 11 a 21, describe figuradamente los acontecimientos que se desarrollaban entonces. El rey de Babilonia, primera gran águila, deporta a Joaquín, débil renuevo del cedro real, y toma bajo su tutela a la vid de Judá. Pone a su cabeza a Sedequías, a quien hace prestar juramento en nombre de Jehová. Pero el rey de Judá no vacila en traicionar ese juramento. Por eso, el rey de Babilonia, instrumento en manos de Jehová, castiga al príncipe felón y lo lleva en cautiverio.
La particular gravedad del crimen de Sedequías era que deshonraba el nombre de Jehová ante las naciones. Mostraba cuán poco estimaban ese nombre aquellos sobre quienes el mismo había sido puesto (Éxodo 23:21). Como redimidos por el Señor Jesús, somos responsables, ante el mundo, de honrar “el buen nombre que fue invocado sobre nosotros” (Santiago 2:7).
Los que nos rodean nos observan mucho más cerca de lo que pensamos;
sin piedad subrayarán nuestras inconsecuencias, porque se sirven de ellas para disculparse a sí mismos. Y ¿cómo podremos conducirlos a un Salvador acerca del cual habremos mostrado tan poco apego?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"