Todo este capítulo subraya el principio de la responsabilidad individual de cada alma (dicho de otro modo, de cada persona) ante Dios. Y lo repetimos una vez más: usted no es salvo por la piedad de sus padres o abuelos, ni porque usted frecuente una reunión de hijos de Dios. “El alma que pecare, esa morirá” (v. 20). “Porque la paga del pecado es muerte” (aunque en Ezequiel solo es cuestión de la muerte del cuerpo); “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Al igual que muchos incrédulos hoy en día, ese pueblo ciego y culpable acusó a Dios de injusticia. Hasta llegó a decir: “No es recto el camino del Señor” (v. 25, 29; 33:17, 20). “¿Quiero yo la muerte del impío?” está obligado a preguntar Jehová. ¡Qué pregunta! En su inmenso amor,
“Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”
1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9).
Por eso las últimas palabras de este capítulo todavía son un llamado de gracia dirigido a su pueblo… y quizás a usted: “Convertíos, pues, y viviréis”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"