Absortos por sus divisiones, los corintios no habían hecho ningún progreso. Se parecían a algunos malos estudiantes que se disputan tontamente acerca de quién tiene el profesor más instruido o el aula más hermosa. El apóstol Pablo les declara que ocuparse del siervo en vez de su enseñanza es cosa de niños; es ser aún carnal (v. 3). ¡Cuántas veces confundimos la verdad con aquel que la presenta! Si, por ejemplo, escuchamos a un siervo de Dios con la idea preconcebida de que él no tiene nada que ofrecernos, recibiremos exactamente lo que esperamos.
Luego el apóstol evoca la responsabilidad del que edifica. En la obra de Dios, vista como una labranza o como un edificio, cada obrero tiene su propia actividad. Puede traer materiales –es decir, distintos aspectos de la verdad– y edificar a las almas presentándoles la justicia de Dios (el oro), la redención (la plata) y las glorias de Cristo (las piedras preciosas). Pero con la apariencia de mucho volumen también puede edificar con madera, heno y hojarasca; materiales que no resistirán el fuego. Sí, que “cada uno mire cómo –no cuánto– sobreedifica” sobre el único e imperecedero fundamento: Jesucristo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"