Después del corto capítulo dedicado a Filistea, Jehová, en cambio, tiene mucho que decir respecto de Moab. Ese pueblo había puesto su confianza en sus bienes, en sus tesoros (v. 7), en su dios Quemos (v. 13) y en sus hombres de guerra (v. 14). Pero esos socorros, con los cuales contaba, no solamente no lo liberan en absoluto sino que son la causa del juicio que cae sobre él (v. 7).
Algo esencial le había faltado a Moab. Por más sorprendente que pueda parecer, eran… las pruebas. El vino nuevo debe primeramente ser trasvasado de vasija en vasija hasta que se ponga claro, «despejado», después de depositarse poco a poco todo su sedimento. Pero Moab nunca había sufrido ese tratamiento. Estuvo quieto “desde su juventud” (v. 11; Zacarías 1:15); no había aprendido, mediante difíciles circunstancias, a conocerse para perder su mal sabor original (es el resultado que Jehová va a tratar de producir en Israel al enviarlo en cautiverio). Sí, el Señor sabe lo que hace cuando permite circunstancias que nos revuelven y nos arrancan de nuestra indolencia (Salmo 119:67). Esos desagradables «trasiegos» están destinados a hacernos perder, cada vez más, un poco de nuestra propia voluntad, un poco de nuestra pretensión y un poco de nuestra confianza en nosotros mismos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"