El capítulo 37 nos traslada de nuevo al tiempo de Sedequías. Mejor intencionado pero más débil que su antecesor, ese rey igualmente permanece sordo a todas las palabras de Jehová. Ello no le impide, como en el capítulo 21, consultar a Jeremías y reclamar su intercesión.
Muy a menudo, nos sentimos más inclinados a hacer peticiones al Señor que a escuchar lo que él quiere decirnos. Pero si deseamos que él conteste a nuestras oraciones, empecemos, pues, por obedecerle
(Juan 15:7).
Por un momento los acontecimientos parecen contradecir lo que el profeta había anunciado. En lugar de tomar a Jerusalén, los caldeos –amenazados por el ejército egipcio– levantan el sitio y se van. La ciudad parece liberada. ¡Jehová le recuerda a Jeremías que esta es una situación provisional! Jeremías piensa aprovecharla para abandonar la ciudad condenada, pero es reconocido y es llevado a los príncipes bajo el cargo de traición. En tiempos de Joacim, los príncipes parecen haber tenido mejores disposiciones que el rey (cap. 36:19). Bajo el gobierno de Sedequías ocurre lo contrario. En tanto que Jeremías ha sido azotado y encarcelado por esos príncipes, el rey arregla una entrevista secreta con él y luego mejora las condiciones de su cautiverio.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"