Ya conocemos a Baruc, secretario y fiel amigo de Jeremías (cap. 32:12). Su nombre significa «bendecido». Aunque pertenecía a una familia noble (su hermano Seraías era principal camarero del rey; cap. 51:59), ese hombre había escogido la compañía del profeta cautivo, odiado y menospreciado, antes que la de los príncipes, a la cual su nacimiento le daba derecho a frecuentar. Nos hace pensar en Onesíforo, ese abnegado hermano que visitaba a Pablo en su prisión de Roma, respecto de quien este último pudo escribir a Timoteo: “Muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas… Y cuánto nos ayudó en Éfeso, tú lo sabes mejor” (2 Timoteo 1:16-18). Baruc también está siempre dispuesto a servir, pese a los riesgos que ello implica. Sí, admiremos –y deseemos poseer– ese hermoso celo dictado por el amor a Dios y, a la vez, a su siervo y a su pueblo. Aquí se trata de escribir las palabras de Dios mismo bajo el dictado de Jeremías, prisionero (comp. también Romanos 16:22), y luego de leerlas, el día del ayuno, a oídos de todos los de Judá. Un oyente especialmente atento, llamado Micaías, se apresura a informar a los príncipes y estos convocan a Baruc para que les haga oír de modo particular el contenido de ese rollo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"