Los príncipes se exasperan contra Jeremías, a quien acusan de decir palabras derrotistas. Obtienen del rey la autorización que necesitan para echarlo en la cisterna y dejarlo morir allí. Grande es el infortunio del varón de Dios en ese pozo inmundo y cenagoso. Pero él invoca a Jehová y recibe esta preciosa respuesta: “No temas” (léase Lamentaciones 3:52-57). La liberación está lista. Dios preparó el instrumento necesario: alguien que ni siquiera formaba parte del pueblo, un siervo negro que pertenecía al palacio, llamado Ebed-melec (nos hace pensar en el joven de quien Dios se sirvió para la liberación de Pablo en Hechos 23:16). Sedequías es influenciable tanto para el bien como para el mal, de modo que se deja ablandar. Entonces asistimos a la laboriosa operación de salida del oscuro pozo, la que denota la abnegación de Ebed-melec.
Jeremías, falsamente acusado, azotado y arrojado a esa horrible cisterna, es, especialmente aquí, una figura del Señor Jesús. El final del versículo 6 nos hace pensar en el Salmo 69:2: “Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie”. Es una imagen de los sufrimientos y de la muerte de Cristo. Y el versículo 13 puede compararse con el comienzo del Salmo 40, referente a su resurrección: “Me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"