Hemos dejado a Baruc sentado en medio de los príncipes de Judá, ocupado en leerles las palabras de Jehová. Espantados, esos hombres se miran unos a otros. El asunto les parece demasiado serio como para no hablar de ello al rey. Este último, puesto al tanto, ordena que también a él se le haga oír el contenido de ese temible rollo. Señalemos que su contenido no nos fue dado a conocer ni en el momento de su redacción ni con motivo de sus tres lecturas. Pero cabe pensar que el capítulo 25 de nuestro libro formaba parte de él (comp. respectivamente v. 1, 29 con cap. 25:1, 9).
Después de haber escuchado un rato con creciente irritación, el rey se apodera del rollo, lo acuchilla y lo echa al fuego. Era su insensata manera de querer deshacerse del juicio. Pero no solo no podía destruir con el rollo una sola de las palabras escritas en él (al contrario, por orden de Jehová otro viene a reemplazarlo, al cual se le añaden todavía “otras palabras semejantes”), sino que el rey atraía sobre sí un castigo suplementario (v. 30-31; Proverbios 13:13).
¡Cuántas personas desprecian la Palabra de Dios, sin que ello necesariamente sea hecho por una imitación del temerario gesto de Joacim (Salmo 50:17; 1 Juan 4:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"