Después de todas las pruebas que habrán purificado los afectos de la Esposa judía, estos no tendrán la feliz serenidad de los que siente hoy la Iglesia. Esta goza de relaciones ya firmemente establecidas con Cristo. Bendito sea Dios, para nosotros ya no hay “si” ni verbo en modo potencial (v. 1-2). Nuestros nombres son grabados “como grabaduras de sello” sobre los hombros y el corazón de nuestro Sumo Sacerdote (v. 6; Éxodo 28:11-12, 29). Participamos de ese perfecto amor que echa fuera el temor (1 Juan 4:18). En la cruz aprendimos a conocerlo en su suprema expresión. Allí, el amor fue más grande que nuestro pecado y más fuerte que su castigo: la muerte. Aun las terribles aguas del juicio no pudieron apagarlo en el bendito corazón del Salvador (v. 7; Salmo 42:7).
En la “pequeña hermana” de Judá reconocemos a las diez tribus que solo después de ella alcanzarán su pleno desarrollo espiritual (v. 8). Entonces reinará la paz (v. 10) y la viña entera de Israel llevará su fruto (v. 11-12). Para el verdadero Salomón habrá a la vez testimonio y alabanza (v. 13). Pero hoy el Señor desea oír nuestra voz, la de nuestros corazones. Con el Espíritu la Esposa dice:
Amén; sí, ven, Señor Jesús
(v. 14; Apocalipsis 22:17, 20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"