Como nos lo muestran las mismas palabras del Señor, el Antiguo Testamento consta de tres grandes partes: la ley de Moisés (el Pentateuco), los profetas (que abarcan además los libros históricos) y los salmos con los libros poéticos (Lucas 24:44). Por consiguiente, abordamos con la profecía una importante parte de la Biblia, lamentablemente demasiado a menudo descuidada a causa de sus dificultades. Pidámosle al Señor que nos ayude a descubrir en ella también las cosas tocantes a Él (Lucas 24:27). Un profeta es el portavoz de Dios ante su pueblo para reprenderlo, advertirlo, traerlo de vuelta y consolarlo. En el primer capítulo, como entrada en materia, la primera misión de Isaías es la de un médico encargado de dar su opinión acerca de un enfermo cuyo estado es desesperado. ¡Qué terrible diagnóstico el de los versículos 5 y 6! Es tan válido para el hombre de hoy como para el israelita de otrora.
Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente.
La inteligencia se ha corrompido al desviarse de Dios y los afectos por Él han faltado totalmente (Romanos 1:21). En esas condiciones, el despliegue de formas religiosas exteriores no es más que una vana hipocresía y aun una abominación (v. 13; comp. Proverbios 21:27).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"