Justificado o condenado: no hay otra opción

Isaías 1:18-31

He aquí toda la gracia divina que brilla a favor de su miserable pueblo (pero también a disposición de todo pecador que reconoce estar perdido). En el pasaje anterior lo dejamos cubierto de llagas y de heridas recientes (V. M.), semejante a ese hombre de la parábola que había caído en manos de ladrones (Lucas 10:30). Ahora Dios invita a ese pueblo a echar cuentas. ¿Rendir cuentas? ¿Para qué? ¿Qué decir en su defensa? El culpable tiene la boca cerrada. Y entonces, en lugar de condenación, puede escuchar de la boca de su propio juez la maravillosa promesa del versículo 18, la que trajo paz a tantos corazones:

Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos…

Sabemos que es por medio de la sangre de Cristo que esa purificación puede cumplirse (1 Juan 1:7). En cambio, el castigo se ejecutará sobre los que rehúsen el perdón ofrecido.

Los versículos 21 y siguientes nos describen lo que ha llegado a ser Jerusalén, “la ciudad fiel”: una guarida de homicidas. Es necesario que Dios la purifique. Para su desdicha, no será por la sangre redentora –porque nada quiso de ella– sino por el juicio que cae sobre los transgresores después de toda la paciencia que Dios demostró hacia un pueblo rebelde.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"