El predicador exploró el mundo. ¿Qué es lo que vio en todas partes? Vanidad, sufrimiento, desorden y locura. El sabio se hace entonces una pregunta: ¿Cómo debe comportarse en medio de ese estado de cosas que él no puede cambiar? Bajo la forma de sentencias que recuerdan al libro de los Proverbios, el Eclesiastés nos da ahora consejos de sabiduría y de prudencia.
No evitemos la casa del luto (v. 2-4). Nos recordará nuestra fragilidad y nos dará más seriedad. Ver la tristeza de los demás volverá nuestro corazón más sensible y nos dictará quizá palabras de simpatía apropiadas para dirigir el pensamiento de los afligidos hacia el Señor. Siguen otras recomendaciones: “No te apresures en tu espíritu a enojarte”. La ira, a menudo, es hija de la precipitación y compañera de la necedad (v. 9).
“Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos?” (v. 10; Jueces 6:13). Escribió un creyente: «No creamos que es más difícil seguir hoy en día al Señor de lo que lo fue en el tiempo de nuestros padres o abuelos… Los recursos que ellos hallaron en su Palabra y en su comunión están a nuestra disposición para conducirnos en un mundo que, moralmente, no ha cambiado».
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"