“¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo…?” fue la primera pregunta hecha por el Predicador (cap. 1:3). Todo es “sin provecho” contesta el versículo 11 del capítulo 2. Por de pronto, el hombre se afana, sus días son “dolores” y sus trabajos “molestias”; aun de noche no descansa (v. 22-23). En cuanto al porvenir, se da cuenta de que nada es estable.
Ante ese cuadro desesperante (v. 20), ¿qué hará el hijo de Dios? No le está prohibido amar la vida y ver días buenos aquí abajo. Pero esto no ocurrirá si recorre el mundo en busca de una ilusoria felicidad. Le corresponde a él mismo crear las condiciones:
Refrene su lengua de mal… haga el bien; busque la paz;
(1 Pedro 3:10-11)
¡acusamos tan fácilmente a los demás!. Y, por otra parte, el trabajo es necesario, pero debe ser apacible, cumplido para el Señor y no para servir la propia ambición (2 Tesalonicenses 3:12; Colosenses 3:23-25).
Queridos amigos, ojalá cada uno de ustedes se interrogue: ¿Cuál es la meta de mi trabajo? Porque las cosas no tienen para nada el mismo aspecto según se las considere a la luz del sol o a la de la eternidad. Solo esta última nos revelará lo que es verdaderamente provechoso.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"