Una nueva escena se desarrolla en el templo en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo. Jeremías se encuentra allí, teniendo en su cuello uno de los yugos que él había fabricado. Los lleva, al igual que el cinto del capítulo 13, como testimonio para toda Jerusalén. Y he aquí que el profeta Hananías, cuyas palabras arrogantes y mentirosas contradicen absolutamente lo que Jeremías no deja de anunciar, arremete contra el varón de Dios. La hermosa respuesta de Jeremías está impregnada a la vez de amor, de verdad y de sabiduría. Por cierto que él no anuncia con agrado los desastres que van a caer sobre el pueblo al que ama. Su deseo más ferviente sería que Hananías tuviese razón (v. 6), pero no puede cambiar en nada la palabra de Jehová. Dice la verdad, por más penosa que sea. Admiremos la sabiduría del versículo 9.
Lo que prueba la veracidad de una profecía es su cumplimiento.
A su debido tiempo Dios se encargará de mostrar quién tenía razón. Mientras tanto, Jeremías no se irrita ni se obstina en convencerlos. Los deja y se va (comp. Juan 8:59; 12:36). Esa es siempre la manera más sabia de poner fin a una vana discusión (Proverbios 17:14).
El juicio anunciado no tarda en caer sobre Hananías (v. 15-17; léase Deuteronomio 18:20-22).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"