El fiel testigo de Jehová no se turba por su condena a muerte ni por la presencia de toda esa gente hostil que se une contra él. Una vez más, los exhorta firmemente a arrepentirse. Después, sin temor, se entrega en sus manos. En lugar de compadecerse de su propia suerte, sigue pensando en el pueblo y en la terrible responsabilidad que ese crimen hará pesar sobre él. En ese aspecto Jeremías nos hace pensar en Esteban, cuando intercedió por los que le apedreaban (Hechos 7:60) y ambos nos recuerdan al Señor Jesús (Lucas 23:28, 34).
La intervención de los príncipes y de los ancianos libera aquí al hombre de Dios, pero habrían tenido que dar un paso más: temer e implorar a Jehová, precisamente como Ezequías (v. 19). No basta saber citar un hermoso ejemplo, también es necesario imitarlo.
Veamos qué influenciable y versátil es la multitud. En el versículo 8 “todo el pueblo” había seguido a los sacerdotes para exclamar: “De cierto morirás”. Pero, en el versículo 16, ese mismo pueblo comparte el parecer de los príncipes y dice: “No ha incurrido este hombre en pena de muerte”.
La historia de Urías, perseguido y asesinado por Joacim, confirma el triste cuadro que nos había sido hecho de este rey. Es rápido para derramar la sangre inocente (cap. 22:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"