El capítulo 25 vuelve atrás, al reinado de Joacim. Ya hacía veintitrés años que Jeremías profetizaba. En su celo y su amor por el pueblo se levantaba temprano para dirigirle sus llamados (v. 3). La paciencia de Dios iba a acabarse pronto. Cada día podía ser el último. Por eso el hombre de Dios se sentía urgido para entregar su mensaje. Y, notable detalle, a menudo la misma expresión se emplea con respecto a Jehová (aquí en el v. 4). Él también se levanta temprano para enviar a sus siervos. ¿Estamos preparados a esa hora matinal en que las tareas son distribuidas? Imitemos al Siervo perfecto, cuya incansable actividad empezaba muy de mañana (Juan 8:2, V. M.) o aún antes (Marcos 1:35).
En su gracia, Dios fija una duración limitada a la transportación a Babilonia: setenta años. Cuando ese tiempo esté casi terminado, Daniel leerá esta profecía y la tomará en cuenta para dar a Israel en el cautiverio la señal y el ejemplo de la humillación (Daniel 9:2-3).
Luego, hasta el final del capítulo, Dios desarrolla la declaración del versículo 14, mostrando de qué manera se dispone a castigar a las naciones que no temieron sojuzgar y oprimir a su pueblo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"