Este capítulo nos retrotrae cuatro años respecto del capítulo anterior (cap. 25:1). Por orden de Jehová, esta vez Jeremías va al templo para profetizar. Sin duda lo hace en ocasión de una de las tres fiestas anuales en que los israelitas subían a Jerusalén. El versículo 2 permite pensarlo así. Sea como fuere, el llamado se dirige a todo Judá y no solo a sus jefes. Y ni una palabra ha de ser retenida (comp. Hechos 20:27).
¡Cuán conmovedor es el versículo 3! Nos hace penetrar en los pensamientos de la gracia de Dios. Aunque lo sabía todo de antemano, expresa su más caro deseo: “Quizá oigan…” (véase también cap. 36:3, 7).
Ese mismo quizá traduce la esperanza del señor de la viña, de quien habla la parábola: “Enviaré a mi hijo amado; quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto” (Lucas 20:13). Pero no respetaron al Hijo más que a los profetas que le precedieron. Veamos qué acogida le es dispensada a Jeremías y, por consiguiente, a Aquel que le envía. ¡Qué ceguera! ¡Pese a que esa gente había venido a prosternarse en la casa de Jehová (v. 2), rechaza su palabra, se apodera de su mensajero y le condena a muerte en esa misma casa!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"