Entre los malos pastores de Israel, los profetas eran particularmente culpables. Habían hecho concebir al pueblo la loca ilusión de que, pese a sus pecados, todo iría a pedir de boca. Eran mentirosos. Habían corrido… sin que Jehová los hubiera enviado; habían hablado, pero no como oráculos de Dios (v. 21, 38; 1 Pedro 4:11). Una gran actividad religiosa está lejos de ser siempre la prueba y el resultado de un buen estado espiritual. Para el creyente actual, como para el profeta de otros tiempos, solo existe una regla para correr y hablar: primeramente, quedarse “en el secreto de Jehová” (v. 18, 22), dicho de otro modo, en la comunión con el Señor para conocer y hacer su voluntad.
En el versículo 23 se formula una pregunta:
¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos?. El Señor está cerca puede contestar el apóstol . Cada uno de nosotros ¿lo experimentó?
(comp. (Filipenses 4:5)
La Palabra de Dios es como fuego (v. 29). Del mismo modo que la llama de un soplete permite quitar las escorias del metal, ella se dedica a purificar nuestra alma consumiendo las impurezas que la contaminan y la ahogan (Proverbios 25:4). Es la fuerza motriz del creyente, como asimismo el fogón bajo la caldera (cap. 20:9). Pero también es el martillo capaz de quebrantar una voluntad rebelde.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"