A la orden de Jehová, Jeremías está dispuesto a ir al palacio real como había ido a la humilde casa del alfarero. De nuevo su tarea es difícil, porque se trata de advertir y exhortar personalmente al propio rey de Judá. Dar testimonio ante un superior es una prueba particularmente difícil para un joven creyente; pero, si cuenta con el Señor, siempre será fortalecido y bendecido al hacerlo (léase Hechos 26:22).
Antiguamente, Dios había prometido a David que si sus descendientes pusieran cuidado en sus caminos para andar delante de Él con verdad, de todo corazón, no faltaría varón en el trono de Israel (1 Reyes 2:4). ¡Ay! ni Salum (o Joacaz, véase 2 Reyes 23:31-32), ni sus hermanos Joacim y Sedequías, ni Conías (Joaquín) cumplieron ese requisito. Por eso serán los últimos cuatro reyes de la dinastía de David antes de la dispersión del pueblo. En esos capítulos 21 y 22, cada uno de ellos es señalado por su nombre y condenado por sus propias faltas. Ninguno podrá decir que soporta las consecuencias de los pecados de sus predecesores (comp. cap. 31:29), ninguno podrá alegar que no fue advertido, pues el ministerio del profeta se prolongó durante todos esos reinados (cap. 21:7; 22:11, 18, 24).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"