Las profecías de Jeremías no nos son contadas en el orden en que fueron pronunciadas. Esta nos traslada al tiempo del último rey de Judá. El rey Sedequías, al ser atacado por su temible vecino, Nabucodonosor, envió dos delegados al profeta para rogarle que consultara a Jehová. Verdaderamente, era lo mejor que podía hacer. Pero en realidad él y su pueblo buscaban la liberación sin previo arrepentimiento, fingiendo ignorar esa condición indispensable, porque Dios no da la una sin el otro. Después de todo lo que había dicho Jeremías en los capítulos precedentes, tal pedido era casi una insolencia. Por eso Jehová responde de la manera más severa. No solo el rey de Babilonia sino Él mismo peleará contra Judá. Va a herir con una gran pestilencia a los hombres y las bestias, como en otro tiempo a los ganados de los egipcios (Éxodo 9:1-7). Sin embargo, al lado de semejante camino de muerte para ese pueblo, todavía quedaba un camino de vida… pero que necesariamente pasaba por la confesión de sus pecados y la sumisión a la voluntad de Dios. Ese camino todavía está abierto; ¿cada uno de nosotros lo emprendió?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"