En vano han resonado los llamados de Dios. “Oídme” ha repetido Él sin cesar (cap. 44:1; 46:3, 12; 48:1, 12; 49:1). Pero, ¡ay! ya sea la voz de Juan el Bautista (cap. 40:3) o la del Mesías mismo… “nadie respondió” (v. 2). Se puede pensar en lo afligido que habrá estado el Señor Jesús por esa indiferencia, la que también caracteriza a los hombres de hoy en día. Él venía con “lengua de sabios”: la del amor (Juan 7:46). Pero nadie la quiso comprender ni siquiera escuchar. “Nunca lo habías oído… no se abrió antes tu oído” (cap. 48:8). Sin embargo, ¡qué ejemplo les daba Él! Cada mañana hallaba a ese Hombre obediente prestando oídos a las palabras de su Padre, atento a la expresión de su voluntad para la jornada. Si el Señor Jesús experimentaba esa necesidad, ¡cuánto más deberíamos sentirla nosotros!
Luego, la indiferencia hacia Jesús se cambió en odio. El versículo 6 nos recuerda los ultrajes que debió soportar. Pero, pese a saber lo que le aguardaba, no se volvió atrás;
puso su rostro como un pedernal para ir a Jerusalén
(v. 5, 7; Lucas 9:51).
En lo que nos concierne, escuchemos el llamado del versículo 10: “¿Quién hay entre vosotros que teme al Señor, y oye la voz de su siervo”? Nosotros, los que somos hijos de luz, no nos dejemos encandilar por las pasajeras teas encendidas, por medio de las cuales el mundo busca alumbrarse (v. 11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"