Al ocurrir la primera venida del Señor, Israel no había sido congregado (v. 5). Pero la hora de esa reunión sonará. No solamente Judá y Benjamín, sino también las diez tribus, hoy dispersas, tomarán el camino del retorno. Convergerán de todos los horizontes, sí, hasta de la lejana China, ya que Dios habrá sabido preservar milagrosamente su unidad racial durante más de veinte siglos. Gloriosa visión: Jerusalén junta por fin a sus hijos bajo sus alas, lo que el Señor tanto quiso hacer, mientras estaba aquí abajo. No obstante, ellos no quisieron (Lucas 13:34). Como una inmensa reunión de familia, los hijos y las hijas de Jacob, separados por tanto tiempo, acuden, se reconocen y se alegran conjuntamente. Entonces, se cumplirá la profecía del Salmo 133.
De esa escena terrenal, nuestro pensamiento se eleva hacia la gran reunión celestial. De todos los redimidos del Señor, de los que Él ha recibido de su Padre, no faltará ninguno. Cada oveja está desde ya al abrigo en Su mano y tiene su nombre como, v. 16:
Esculpido sobre las palmas de esas manos que fueron traspasadas
(comp. Juan 10:28; 17:12).
Los cautivos del hombre fuerte le han sido arrancados para siempre por medio de la victoria de la cruz (v. 25; Lucas 11:21-22).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"