A esta altura del libro, marcada por una importante división, está probado que Israel ha sido un siervo infiel. Por eso Dios lo sustituye por Cristo, el verdadero Israel (v. 3), siervo obediente en quien Él se gloriará. Pero, a primera vista, el trabajo del Señor podía parecerle inútil (v. 4). No solo Israel no había sido congregado, sino que había rechazado a su Mesías. Y, sin embargo, los versículos 5 y 6, como también el versículo 11 del capítulo 53, nos aseguran que, pese a ese aparente fracaso,
(Cristo) verá el fruto de la aflicción (o trabajo) de su alma.
Los hijos de Dios dispersos, hoy son congregados para constituir la familia celestial (Juan 11:51-52). El rechazo del Señor por su pueblo ha permitido que Dios extendiera su salvación “hasta lo postrero de la tierra”.
¿No es maravilloso ese diálogo entre Dios y “su santo siervo Jesús”? (Hechos 4:27, V. M.) Al dirigirse “al despreciado de los hombres (comp. cap. 53:3), al abominado de la nación, al siervo de los gobernantes” (v. 7, V. M.), –pero quien es de un precio infinito para su corazón–, Dios le promete que pronto las cosas se invertirán: Cuando aparezca en su gloria magnífica, los que dominan tendrán que honrarle e inclinarse ante Él. Reyes “se levantarán”, como uno se levanta a la llegada de alguien más elevado, y “príncipes, y se postrarán” (comp. Filipenses 2:6-11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"