¡“Por amor de mi nombre… Por mí, por amor de mí mismo, lo haré”! Demasiado a menudo olvidamos ese gran motivo de las intervenciones de Dios. Al adoptar a Israel como su pueblo –y a nosotros los creyentes como sus hijos e hijas– por decirlo así, Dios se ha comprometido personalmente, lo mismo que un padre se siente comprometido por los actos de sus hijos frente a extraños. Según el caso, somos liberados, limpiados… o castigados a causa de la gloria del Padre de quien somos los hijos (véase Josué 7:9 final). Pero Dios aún tiene otro motivo para enseñarnos y disciplinarnos: nuestro provecho (v. 17; Hebreos 12:10).
La paz del corazón, “como un río” calmo y poderoso, fluye de la obediencia del creyente (v. 18). Esto se entiende: en la corriente de la voluntad de Dios no se conoce ni la agitación ni el borboteo propios del torrente en la montaña. Uno realiza el versículo 3 del capítulo 26: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. Notemos que solo después de ordenar a los suyos que guarden sus mandamientos y su Palabra el Señor les da su paz (Juan 14:15-27). ¡Preciosa paz la de los redimidos del Señor! Es desconocida por los malos (v. 22).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"