La “Escritura de Ezequías” termina con acción de gracias. Él había orado para ser salvado de la muerte. Ahora ora para agradecer al que le oyó. Clamar a Dios en momentos de necesidad es, en cierto modo, nuestro «reflejo» normal de creyentes. Pero, en cambio, ¿no solemos olvidar la segunda oración, la que sigue a la provisión?
La porción de los inconversos aquí abajo se reduce a una sola palabra: “amargura” (comp. Eclesiastés 2:23). Aun cuando todo les sale bien no pueden librarse de una angustia secreta. “Mas –puede decir el redimido a su Salvador– a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados”.
“El Señor me salvará”. Si es esta nuestra historia, no dejemos de considerar el versículo 19: “el que vive, este te dará alabanza, como yo hoy”.
De una manera más general, es la historia de Israel que volverá a vivir como pueblo de Dios en el último día, después del perdón de todos sus pecados.
El capítulo 39 relata cómo Ezequías sucumbe a la sutil tentación del rey de Babilonia. Nos sucede lo mismo cada vez que sirve para nuestra propia gloria lo que Dios nos ha confiado para la Suya. “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías?” (1 Corintios 4:7). “Yo soy rico, y me he enriquecido…”, no es otra cosa que la pretensión insoportable de Laodicea (Apocalipsis 3:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"