Ezequías ha experimentado el versículo 15 del capítulo 30: “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza”. Y no ha sido confundido. La fe honra a Dios –se ha podido decir– y Dios honra a la fe. Pues bien, hoy Dios es “el mismo, (Salmo 102:27). No puede dejar de contestar a la más débil confianza de sus hijos, porque en ello se juega su gloria.
Como Ezequías se desentiende de este asunto, Dios mismo se encarga de responder a la carta del rey de Asiria de una manera que este estaba lejos de esperar. Un único ángel de este Dios despreciado basta para matar a ciento ochenta y cinco mil combatientes de su ejército. Obligado a renunciar a su campaña, Senaquerib vuelve a Nínive, lleno de vergüenza y desilusión. Luego cae a su turno bajo los golpes de sus propios hijos. Qué contraste entre el altivo y orgulloso conquistador, que halla su perdición en el templo mismo de su ídolo, y el humilde rey de Judá, cubierto de cilicio, el que se presenta en la casa de su Dios para obtener de Él la salvación (véase Salmo 118:5).
Admiremos la gracia de Dios, quien, a esa salvación, agrega aun una señal. El conoce las necesidades de los suyos y promete proveer a su subsistencia (v. 30; Mateo 6:31-33).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"