La fe de Ezequías obtiene aquí de parte de Dios una respuesta más grande todavía que la del capítulo anterior. La muerte se presenta, importuna visitante. La desesperación que experimenta el desdichado rey parece mostrar una cosa: no conoce la promesa que Dios había hecho por boca de Isaías, promesa que hemos leído en el capítulo 25:8: “Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor toda lágrima de todos los rostros”. Ezequías, quien vive en el tiempo de las promesas para la tierra (Salmo 116:9), no tiene otra esperanza que la prolongación de sus días. No tiene ante él la certeza de la resurrección que los creyentes poseen hoy en día. No sabe que “morir es ganancia” porque “partir y estar con Cristo… es muchísimo mejor” (Filipenses 1:21, 23). No obstante, Dios oye su oración, ve sus lágrimas, y se apiada. Y, esta vez también, agrega a su respuesta una señal de gracia: la sombra que retrocede sobre el reloj de sol, figura del juicio demorado.
El versículo 3 nos hace pensar en Hebreos 5:7 y en las lágrimas vertidas por el Señor Jesús en Getsemaní. ¿Quién sino Jesús podía cumplir plenamente estas palabras?
Este hermoso relato ya nos ha sido contado en 2 Reyes 20:1-11. Pero lo que hallamos solo aquí es la conmovedora “escritura de Ezequías” que acompaña su curación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"