La base bíblica para reunirse
La Iglesia de Dios tiene dos aspectos: uno universal y otro local. En el primero vemos a la Iglesia como un solo cuerpo extendido por toda la tierra. Los creyentes son sus miembros y miembros los unos de los otros, unidos por un Espíritu. Por el mismo Espíritu están unidos con Cristo, su Cabeza, en la gloria. La Iglesia en su totalidad es también la esposa de Cristo y la casa de Dios, su morada en la tierra mediante el Espíritu. En cuanto a los dones para el ministerio, el Cristo ascendido los dio a favor de toda la Iglesia “para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12).
Ahora, habiendo considerado el cuerpo de Cristo o la Iglesia de Dios como un todo, llegamos a la iglesia en su aspecto local, es decir, la Iglesia en una determinada localidad. En este aspecto, la unidad de la Iglesia tiene que ser visible, debe tener las características de un cuerpo viviente “para que el mundo crea…” (Juan 17:21). Para ser manifiesta en cualquier lugar particular, es evidente que la Iglesia debe tomar alguna forma definida y visible. Esto es lo que ahora consideraremos.
En las Escrituras la palabra “Iglesia” se usa de tres maneras diferentes:
1) “La Iglesia” ilimitada, es decir, el Cuerpo entero, tal como ya fue considerada en el primer folleto de esta serie.
2) “La iglesia” limitada a una localidad, como “la iglesia que está en Jerusalén” (Hechos 8:1; 11:22), o en Antioquía (Hechos 13:1), o en Éfeso (Hechos 20:17), etc.
3) Tenemos la forma plural “iglesias”, la que se refiere colectivamente a las asambleas de cualquier país en particular, como Judea (1 Tesalonicenses 2:14; Hechos 9:31), Galacia (1 Corintios 16:1; Gálatas 1:2), Asia (1 Corintios 16:19), etc. A veces la palabra “iglesias” se usa en forma aun más general, ya que incluye a todas las asambleas de Dios, así como en 2 Corintios 11:28: “La preocupación por todas las iglesias” o en 2 Tesalonicenses 1:4: “Las iglesias de Dios”.
En estos dos últimos casos el término implica la idea de reuniones de creyentes o asambleas locales, en contraste con el cuerpo de Cristo visto como un todo. Consideraremos ahora lo que compone una asamblea local de la Iglesia de Dios y la relación entre estas reuniones locales y la Iglesia en su conjunto.
La iglesia de Dios en una localidad
Una consideración de los primeros versículos de 1 Corintios nos dará mucha enseñanza sobre este punto. “
A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro
(1 Corintios 1:2).
Aquí el apóstol usa el nombre “iglesia de Dios”, título que corresponde al cuerpo de Cristo entero, pero lo aplica localmente: “La iglesia de Dios que está en Corinto”. Luego señala a quiénes abarca este título: a “los santificados en Cristo Jesús, llamados santos”. (Las palabras “a ser” no aparecen en el original griego). Esto quiere decir que todos los creyentes en el Señor Jesucristo que se encontraban en aquella ciudad constituían la Iglesia de Dios que estaba en Corinto.
Para que entendamos esto claramente notemos que, según esta escritura, la Iglesia de Dios en un lugar específico incluye a todo creyente radicado allí, es decir, a toda persona que, en dicho lugar, ha nacido de nuevo y que, por lo tanto, es miembro del cuerpo de Cristo. En los días del apóstol todos los creyentes de una localidad se congregaban juntos como un mismo testimonio, una asamblea visible. Eran la clara expresión y representación del cuerpo integral de Cristo en aquel lugar. De ahí que Pablo podía escribir a la asamblea de Corinto: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:27).
Pero hoy es el día de la ruina del testimonio visible y de las muchísimas divisiones. Los verdaderos cristianos de una localidad ya no están juntos en un testimonio visible ni en una asamblea unida como al principio. Se hallan esparcidos en muchos grupos diferentes. Por esta razón, actualmente ningún grupo de creyentes puede pretender ser “la Iglesia de Dios” de un determinado lugar, pues este título abarca a todo creyente verdadero que viva en esa localidad.
El fundamento para reunirse
A causa del imperante estado de división, hoy en día parece ser imposible congregar en uno a todos los creyentes de una localidad. Sin embargo, el único fundamento bíblico para reunirse sigue vigente para nosotros en la actualidad. Consiste en reconocer de un modo práctico la verdad del único cuerpo de Cristo. Es el mismo fundamento que fue conocido por los creyentes del principio y es el único sobre el cual pudieron congregarse.
Por grande que sea la ruina a nuestro alrededor, y por muchas divisiones y cuerpos religiosos resultantes que existan, todavía hay “un cuerpo” de Cristo (Efesios 4:4). Dios todavía ve a su pueblo esparcido como un solo Cuerpo. Por lo tanto, para la fe, la verdad referente al solo cuerpo de Cristo en la tierra sigue siendo el único fundamento (o principio) bíblico para reunirse. Los que reconocen la verdad acerca del solo cuerpo de Cristo y obran de acuerdo con esta verdad, bien pueden afirmar que se reúnen en esta localidad sobre el principio de la Iglesia de Cristo. Admiten así que en su pueblo o ciudad hay otros cristianos que, junto con ellos, forman parte de la Iglesia de Dios en aquel lugar.
La base sobre la cual se reúnen los que por la fe reconocen esta verdad, es sencillamente el hecho de ser miembros del cuerpo de Cristo como un todo, y no como los que se adhieren a ciertas doctrinas, formas de gobierno religioso, denominaciones, partidos y sectas. Reconocer a todos los verdaderos miembros del cuerpo de Cristo y recibirlos como tales, es el único fundamento bíblico para reunirse como la Iglesia del Dios viviente. Este es el primer principio vital de la Iglesia en su aspecto local y visible.
Una representación de la Iglesia entera
Cada iglesia local o asamblea de creyentes solo es una parte del cuerpo de Cristo y ha de ser una representación exacta de la Iglesia en su totalidad. Debe expresar la Iglesia como un todo, al igual que una menuda gota de rocío refleja, en miniatura, el mismo firmamento que el poderoso océano. Las características de la Iglesia entera deben de ser vistas en cada asamblea local. No debe existir nada en las asambleas locales que esté en desacuerdo con las verdades concernientes a la Iglesia universal. Cada asamblea local es parte de esa Asamblea entera, universal; la representa y actúa en su nombre en cada localidad. Por eso, la única base sobre la cual los creyentes pueden unirse según las Escrituras es la siguiente: solo como miembros del cuerpo de Cristo y como una representación local de la Iglesia en general.
Así se reunían los creyentes en los primeros días de la Iglesia, y de la misma manera deben reunirse hoy si desean actuar como miembros de la Iglesia del Dios viviente y si quieren obedecer y agradar a su Señor y Cabeza. Cualquier otro principio para congregarse es, en la práctica, una negación de la verdad del único cuerpo de Cristo. Congregarse como presbiterianos, luteranos, bautistas, metodistas, católicos, pentecostales, fundamentalistas, etc. niega en la práctica la verdad del solo cuerpo de Cristo y reconoce a otros «cuerpos» en su lugar.
La unidad del Espíritu
Si hay un solo cuerpo de creyentes en Cristo que es reconocido por Dios, ¿no deberíamos entonces prescindir de todos los demás cuerpos hechos por el hombre y reunirnos simplemente como miembros de aquel solo Cuerpo? Eso no sería hacer otro cuerpo o unidad, sino reconocer la unidad que el Espíritu de Dios ya ha establecido entre todos los creyentes verdaderos que han sido bautizados en el cuerpo de Cristo por un solo Espíritu. Así Efesios 4:3 nos exhorta a que seamos
Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
El error de la cristiandad ha sido hacer unidades propias y arbitrarias, mayores o menores que la unidad del Espíritu. Se forma una unidad más grande cuando se admiten personas no regeneradas, es decir, personas que no son salvadas, que no son miembros del cuerpo de Cristo. Otras forman una unidad más pequeña que la que debería ser, excluyendo de su comunión, mediante principios y bases sectarios, a piadosos y verdaderos miembros del cuerpo de Cristo. No admitir a los inconversos ni excluir a los salvos, tal debe ser el principio o la práctica de la Iglesia de Dios.