El pensamiento divino acerca del ministerio
Nos damos cuenta de que las declaraciones de la verdad divina que acabamos de exponer son justamente lo opuesto al principio central de las organizaciones eclesiásticas de hoy en día. Vemos que son muy diferentes de lo que se enseña y se practica, y aun contrario a lo que se acepta como verdadero en la cristiandad. Por lo tanto, deseamos hablar más ampliamente sobre el asunto para ayudar al lector preocupado por este estado de cosas. Nuestro deseo es dar a conocer con toda claridad, sobre la base de las Escrituras, el modo establecido por Dios para desarrollar el ministerio en la Asamblea. Así se verá claramente el modo divino de desplegar un testimonio para Cristo en contraste con los métodos del hombre. Tal vez algunos lectores estén preguntándose: «¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo pueden llevarse a cabo reuniones o servicios sin que algún hombre se haga cargo de ellos?».
Un estudio cuidadoso del Nuevo Testamento dará la contestación a estas preguntas y a otras que se presenten. Pero, si queremos recibir ayuda y ser guiados rectamente en este asunto, es necesario que apartemos nuestros ojos y pensamientos de todo lo que el hombre hace y dice. Es preciso que consideremos solo lo que Dios ha escrito en su Palabra para nuestra instrucción. Rogamos a nuestros lectores que escudriñen las Escrituras tal como lo hicieron los de Berea para confirmar si estas cosas son así (Hechos 17:11).
Lucas 22:7-13
Dirijámonos a este pasaje y notemos unas cosas aquí simbolizadas para nosotros. Deseamos señalar en particular un punto relacionado con nuestro presente tema. No obstante, nos detendremos un poco en el pasaje entero porque será de gran ayuda en lo que se refiere al aspecto local de la Iglesia.
Cuando el Señor dijo a Pedro y a Juan que prepararan la cena pascual, ellos preguntaron: “¿Dónde quieres que la preparemos?”. De igual forma podemos preguntar hoy: «¿Dónde iremos a adorar?». El Señor luego les dijo que entraran en la ciudad y siguieran a un hombre que llevaba un cántaro de agua, al cual encontrarían. Este hombre puede representar para nosotros al Espíritu Santo, y el cántaro de agua la Palabra de Dios. Hemos de ir adonde el Espíritu de Dios y la Palabra nos guíen. Pedro y Juan debían entrar entonces en la casa donde el hombre entrase y decir al padre de familia: “El maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?”. El Señor les dijo, además, que el hombre les mostraría un gran aposento alto ya dispuesto y que allí tenían que hacer los preparativos (v. 12). Fueron y hallaron como Él les había dicho. En esta sala comieron luego la pascua con el Señor. Allí fue instituida la nueva ordenanza para la Iglesia, la Cena del Señor, a continuación de la comida de la pascua.
Todo esto está lleno de significación para nosotros. El Señor se encontró con sus discípulos y celebró la pascua en un aposento alto, separado del resto de la casa. Así es ahora espiritualmente. El lugar donde el Señor se reúne con los suyos es un lugar separado, apartado de todo lo que le entristece y le deshonra entre la cristiandad (véase 2 Timoteo 2:21). El aposento alto también era grande. Asimismo la Asamblea del Dios viviente, en medio de la cual el Señor está presente, debería congregarse en una atmósfera divina, ya que está compuesta por miembros del cuerpo de Cristo. Tendría que tener un corazón amplio para dar lugar a todos los miembros del cuerpo de Cristo que desean venir como tales, con toda sinceridad, pureza y verdad.
Cuando los creyentes se reúnen así, con sencilla dependencia alrededor del Señor, su centro y conductor, Él les provee todo lo que necesitan para mantener un buen testimonio a Su nombre. El que está en medio es la cabeza de la Iglesia y ha dado dones para la obra del ministerio1 . Es presentado a la iglesia de Filadelfia como aquel que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra (Apocalipsis 3:7). Él tiene también la llave del tesoro y de la reserva de Dios y puede así proveer ricamente a su pueblo que depende de Él con fe sencilla.
- 1Nota del traductor: Este aspecto de la obra y la suficiencia del Señor se presentan más detalladamente en el folleto n.º 8 de esta serie, titulado «Los dones y el ministerio».
Cristo provee
El Señor proveerá a su pueblo dones para el ministerio (Efesios 4:11-16). Donde se depende del Espíritu y se le da libertad de obrar, Él los pondrá de manifiesto. Más aun, dará vigor y usará los dones que estén presentes en cada asamblea local para la edificación y el cuidado de los santos, así como para la predicación del Evangelio a los inconversos. No hay necesidad de salir y contratar a un predicador. Dondequiera que los creyentes se reúnan en torno al Señor, él da talentos y califica a algunos para el ministerio. Aunque el mensaje se proclame con toda sencillez y flaqueza, este es del Señor, porque cinco palabras provistas por el Espíritu valen más que diez mil palabras pronunciadas en lengua desconocida o procedentes de la elocuencia humana y no del Espíritu (1 Corintios 2:1-4; 14:19).
Los dones del Señor son distintos y cada creyente tiene uno u otro, además de una función que desempeñar como miembro del cuerpo de Cristo.
A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo
(Efesios 4:7).
Quizás estos dones tengan que ser descubiertos, avivados y desarrollados al usarlos; pero existen y fueron dados para la ayuda y bendición de todos. Cuando los creyentes se reúnen en el solo nombre del Señor, reconociendo la libertad del Espíritu en cuanto a usar a quien Él quiera, cada uno siente su responsabilidad de hacer su parte a fin de mantener un testimonio para el Señor; así los dones y las capacidades son puestos en funcionamiento. En cambio, cuando un solo hombre es nombrado para llevar la responsabilidad entera del ministerio, no hay tal actividad ni desarrollo de todos los dones que puedan existir en la asamblea.
Por consiguiente, la senda que señala la Palabra para todo el pueblo del Señor, es la de reunirse alrededor de Él sencillamente como creyentes que dependen del Espíritu Santo, a fin de que sean empleados los dones presentes y para que Él suscite otros.
El Señor también puede enviar a siervos dotados y escogidos por Dios cuando Él ve la necesidad de predicar el Evangelio, edificar a los hermanos o cuando otra necesidad espiritual así lo exija.
El Señor sustenta y cuida con gran afecto a la Iglesia (Efesios 5:25-27). Como su Cabeza y Esposo, proveerá a cada asamblea local todo lo necesario, siempre y cuando se dependa de Él. Esto lo hemos presenciado repetidas veces. Así fue en las asambleas del Nuevo Testamento. Se reunieron como creyentes que se edificaban unos a otros y recibían a cada obrero enviado por el Señor. Escudríñese el libro de los Hechos y las epístolas y podrá verse que las cosas eran así.
Enseñándose y amonestándose unos a otros
Pablo escribió a la asamblea de Roma: “Estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros” (Romanos 15:14). También dijo: “Deseo veros para comunicaros algún don espiritual” (Romanos 1:11). A la asamblea de Colosas le escribió:
La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría
(Colosenses 3:16).
Como hermanos en Cristo, ellos eran capaces de enseñarse y amonestarse, y lo son también los hermanos en el Señor hoy en día. Aun si no hay dones notables en una asamblea pequeña, siempre es posible que se enseñe y se amoneste uno a otro. Este servicio sencillo, pero, desde luego, dirigido y capacitado por el Espíritu Santo, siempre puede realizarse entre los cristianos que quieren reunirse con toda sencillez alrededor del Señor para estudiar su bendita Palabra.
El gran fracaso de la Iglesia se debe a no haberse aferrado a “la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Colosenses 2:19). Las coyunturas y los ligamentos no son grandes miembros del cuerpo, pero ministran a los miembros y los unen, y así el cuerpo crece. Si los cristianos se aferran de la Cabeza (Cristo), fijan los ojos y descansan en Él, serán edificados y bendecidos en sus reuniones. Si esto no se hace, no habrá bendición. Por lo tanto, se verán expuestos a usar medios humanos como es el caso de muchos grupos hoy en día.
No todos los dones se encuentran en una sola persona
Esta verdad se pone de relieve en Romanos 12:5-8: “Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría”. A diferentes personas se les dan diferentes dones. Todos son necesarios para la edificación de los santos y para llevar adelante el testimonio de la Asamblea. Que cada uno haga el trabajo para el cual está dotado. Este es el plan de Dios para el ministerio en la Iglesia. Pedro también escribe así:
Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros
(1 Pedro 4:10).
Cuando los corintios estaban formando partidos alrededor de diversos siervos del Señor, escogiendo a quien preferían, Pablo les escribió así: “Todo es vuestro, sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas… todo es vuestro” (1 Corintios 3:21-22). Ellos se habrían limitado a un solo don, mientras que el Señor les había dado a todos estos hermanos dotados con sus diferentes dones para su propia bendición. De modo que nosotros deberíamos desear el ministerio de todos los dones que el Señor nos ha dado y no escoger como único don aquel que es representado por una sola persona. Si lo hacemos, al fin de cuentas, lo convertimos en nuestro “ministro” y excluimos otros dones disponibles. Las Escrituras hablan de “ministros” con respecto a la Iglesia entera; nunca hablan de “el ministro” (exclusivo) de una asamblea local. La diferencia es patente. La asamblea tiene la obligación de recibir a los ministros de Cristo que le sean enviados, tanto como de reconocerlos con acción de gracias, siempre y cuando todo esté en orden según Dios.
Los conductores
Las Escrituras nos aseguran que hay conductores y hombres principales en la Iglesia y en las asambleas locales, a quienes Dios usa para bendecir y guiar a su pueblo. El pasaje de Hechos 15:22 habla de Judas y Silas como “hombres principales entre los hermanos”, y Hebreos 13:7 exhorta, “acordaos de vuestros pastores1 , que os hablaron la palabra de Dios”. Pero nótese que las palabras “hombres principales” y “pastores” son plurales. No fueron nombrados oficialmente como conductores, sino que eran los que el Espíritu Santo usaba como tales. El Espíritu Santo siempre debe ser el conductor máximo y es preciso que le dejemos la libertad de usar a quien Él quiera.
- 1Otros traducen: “conductores” (P. Besson), “líderes” (NT griego-español), “dirigentes” (RVA).
Distinción entre las reuniones
Nos referimos a la diferencia que hay entre las reuniones de la asamblea como tal (adoración, Cena del Señor, oración o cualquier otro propósito por el que pueda reunirse la asamblea) y las reuniones en las cuales los siervos de Cristo ejercen su ministerio bajo una responsabilidad personal (reuniones de evangelización, escuelas dominicales y reuniones especiales con el objeto de predicar la Palabra para enseñar y ministrar al pueblo del Señor).
Estas últimas son convocadas o llevadas a cabo por aquellos hermanos que se sienten ejercitados de corazón y son dotados por el Señor para tales servicios. Tienen un carácter diferente del de las reuniones de la asamblea, pues están bajo la responsabilidad de los hermanos que las toman a su cargo. Tales reuniones pueden ser la obra de una persona o de varias que trabajen juntas. En cambio, las reuniones de la asamblea cuentan con la participación de cada hermano a quien el Espíritu Santo desea usar, sea en las reuniones de adoración o de oración, sea en las de estudio o presentación de la Palabra.
Todos los miembros del pueblo de Dios son sacerdotes que pueden entrar en el Lugar Santísimo para la adoración y la oración. Por lo tanto, cualquier hermano puede alabar al Señor pública y audiblemente y así guiar a los santos en adoración u oración. (A las mujeres se les exhorta a callar en la congregación –1 Corintios 14:34; 1 Timoteo 2:11-12–; vale decir que no les es permitido hablar). Pedro nos dice que los creyentes son un “sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. También agrega que es un “real sacerdocio” (1 Pedro 2:5, 9).
Esperamos que estas líneas ayuden a nuestros lectores a fin de que vean con más claridad el plan de Dios para el desarrollo del ministerio en la Iglesia. Si alguien pregunta: «¿Podrá ser esto llevado a la práctica? ¿Funcionará?», contestaremos: «¡Seguro que sí! Funcionó en las asambleas del Nuevo Testamento y funciona hoy en día proporcionando bendición a numerosas asambleas en todas partes del mundo en las que se obra según los principios de las Escrituras».