La Iglesia del Dios viviente n°2

Seis principios básicos

El conductor divino

Ampliemos ahora tres temas importantes:

1)  El mismo Señor, presente en espíritu en medio de los que se congregan en su nombre.

2)  El lugar que debería dársele como conductor de la Asamblea.

3)  La presencia del Espíritu Santo en la Asamblea.

“Allí estoy yo en medio de ellos”

Estas benditas palabras del Señor garantizan, sin duda alguna, su presencia personal en medio de los congregados en su nombre por el Espíritu. Esto no es solo una promesa, sino una realidad viva como lo han experimentado miles de creyentes que actuaron con una fe simple en cuanto a esta promesa y se congregaron únicamente en su adorable nombre. Para la fe, esta promesa es suficiente. Basta la presencia de Jesús en medio de la asamblea reunida, ¡porque Él es del todo suficiente!

De ello se desprende naturalmente que, si Él, el bendito Salvador y la cabeza de la Iglesia, está presente en medio de la asamblea, está allí para dirigirla y guiarla. Entonces es justo que se le dé su lugar como conductor de la reunión y que toda la asamblea dependa de Él solamente. Los ojos de todos deben fijarse en Aquel que ha venido para ocupar el sitio central, el único sitio que le corresponde. Todo corazón debería ponerse a sus órdenes para ser guiado por el Espíritu Santo.

No se nos olvide tampoco que quien está en el centro es Señor de todo y el único que tiene el derecho de ejercer autoridad en la Asamblea. “A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” y “sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Hechos 2:36; Efesios 1:22). Cristo es Señor en la Asamblea; debería ser reconocido como tal y ser recibido como el único conductor legítimo y la única autoridad en la Iglesia. Dondequiera que sea reconocido como Señor y guía habrá sujeción a Él y un comportamiento acorde y consecuente con su señorío. Habrá autoridad y buen orden, conforme a la mente y la voluntad de Dios.

Deseamos citar las alentadoras palabras de C. H. Mackintosh: «Si Jesús está en medio de nosotros, ¿por qué pensaríamos en establecer un dirigente humano? ¿Por qué no dejamos unánimemente y de corazón que Él tome el puesto directivo y nos sometemos humildemente a Él en todo? ¿Por qué instituir una autoridad humana –bajo una u otra forma– en la casa de Dios? Pero es lo que se hace, y es conveniente hablar claramente al respecto. Se establece al hombre en lo que se dice ser la Asamblea de Dios. Vemos que la autoridad humana se ejerce en esa esfera en la que solo la autoridad divina debería ser reconocida. Poco importa, en cuanto al principio fundamental, que sea un papa, un pastor, un cura o un dirigente. Es un hombre que se erige en el lugar de Cristo. Es la autoridad humana que actúa mientras que solo debería reconocerse la autoridad de Dios. Si Cristo está en medio de nosotros, podemos contar con él para todo.

«Ahora bien; al decir esto prevemos una muy probable objeción por parte de los defensores de la autoridad humana: ¿Cómo andaría una asamblea sin cierta dirección humana? ¿No conduciría esto a todo tipo de confusión y desorden? ¿No abriría esto la puerta a cualquiera que quisiera entremeterse en la Asamblea prescindiendo por completo de los dones o capacidades?…

«Nuestra respuesta es muy sencilla: Jesús es todo lo que nos hace falta. Podemos confiar en Él para mantener el orden en su casa. Nos sentimos mucho más seguros en su poderosa y benévola mano que en las manos del más hábil dirigente humano. Tenemos los dones espirituales acumulados en Jesús. Él es la fuente de toda autoridad para el ministerio. “Tiene en su diestra siete estrellas” (Apocalipsis 1:16). Confiemos solo en Él, y Él proveerá al orden de nuestra asamblea tan perfectamente como Él proveyó para la salvación de nuestras almas… Creemos que el Nombre de Jesús es realmente suficiente, no solo para la salvación personal, sino también para todas las necesidades de la Asamblea: para el culto, la comunión, el ministerio, la disciplina, el gobierno; en una palabra, para todo. Teniéndolo a Él, lo tenemos todo, y en abundancia.

«Esto constituye la médula y la sustancia de nuestro tema. Nuestro único propósito es exaltar el Nombre de Jesús, y creemos que Él ha sido deshonrado en lo que se llama su casa. Él ha sido destronado y la autoridad del hombre ha sido establecida…

«Aun en la asamblea de Corinto, donde reinaba la confusión y el desorden más grave, el apóstol inspirado jamás insinúa siquiera cosa tal como un dirigente humano, bajo un título cualquiera. “Dios no es Dios de confusión, (o de desorden), sino de paz, como en todas las iglesias de los santos” (1 Corintios 14:33). Dios estaba allí para mantener el orden. Ellos tenían que depender de Él y no de un hombre, cualquiera fuese su título. Establecer a un hombre para que mantenga el orden en la Asamblea de Dios es pura incredulidad y un abierto insulto a la presencia divina.

«Se nos ha pedido con frecuencia que proporcionemos textos de la Escritura para probar la idea de la dirección divina en la Asamblea. A ello contestamos: “Allí estoy yo”, y “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Sobre estos dos pilares, aunque no tuviéramos más, podemos sostener con éxito la gloriosa verdad de la dirección divina, verdad que debe salvaguardar –a todos aquellos que la reciben y la tienen como proveniente de Dios– de todos los sistemas del hombre, llámense como usted quiera. A nuestro juicio, es imposible reconocer a Cristo como el centro y soberano gobernante en la Asamblea y continuar aceptando la exaltación o presidencia de un hombre», (La Asamblea de Dios, C. H. M.).

La presencia del Espíritu Santo

No solo el Señor Jesucristo está presente en medio de los creyentes congregados, sino también Dios el Espíritu Santo. Hablamos anteriormente sobre la presencia y la actividad del Espíritu Santo en la Iglesia (véase el primer folleto «¿Qué es la Iglesia?», pág. 20-21). Ahora deseamos subrayar esta gran verdad en relación con el presente tema.

Esta presencia personal del Espíritu Santo es nueva y especial. Él está en la tierra y mora dentro del creyente y dentro de la Iglesia, según 1 Corintios 6:19 y Efesios 2:22. Es la consecuencia de la gran obra de la redención y de la glorificación de Cristo en el cielo. Es una de las verdades fundamentales de esta época y una notable característica del cristianismo. No obstante, muchos son los que ni piensan, ni reconocen, ni cuentan con la presencia de esta Persona divina en la Iglesia. La presencia del Espíritu de Dios en la tierra ha sido ignorada por la cristiandad y a Él no se le ha dado su propio sitio como guía y director de la Iglesia. En la práctica, su presencia ha sido negada al habérsele dado a un hombre el lugar de liderazgo y autoridad. Así, de hecho, se deja de lado al Espíritu Santo. Cuando el Señor formuló a los discípulos la promesa de que vendría a la tierra el Espíritu Santo, dijo que Este les enseñaría todas las cosas y los guiaría a toda la verdad. También habló de Él como el Consolador (en el original griego «parakletos»), es decir, uno que llamamos para ayudarnos y manejar nuestros asuntos (Juan 14:26; 16:13).

En 1 Corintios 12 y 14 vemos que el Espíritu de Dios es el autor de las distintas operaciones, manifestaciones y actividades que se desarrollan en la Asamblea.

Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere
(1 Corintios 12:11).

Dichos pasajes muestran claramente que el Espíritu está en la Asamblea para guiar, conducir y enseñar; además, tiene el soberano derecho de utilizar a quien Él quiera para que actúe como su vocero en lo que se refiere a orar, alabar o ministrar.

La libertad del Espíritu

Consideremos 1 Corintios 14 con más detalle. Este es el capítulo especial sobre el orden en la Asamblea. En él vemos que se da la libertad más completa para que cada hermano sea usado por el Espíritu en las reuniones de la asamblea. Se habla de orar con el espíritu, bendecir con el espíritu, cantar con el espíritu (el propio espíritu del hombre guiado por el Espíritu Santo), dar acción de gracias, hablar en otros idiomas, profetizar, enseñar, leer un salmo o presentar la doctrina, y esto por medio de varios hermanos.

Tales expresiones como “si habla alguno”, “podéis profetizar todos” y otras expresiones semejantes (v. 5, 13, 27, 31) muestran que había libertad para que cualquier hermano, que no estuviera bajo disciplina, tomase parte en la asamblea al ser guiado por el Espíritu Santo. De esta manera, los primeros cristianos se reunían conforme a la libertad del Espíritu Santo y bajo su dirección soberana.

Es posible que se abuse de esta libertad. Esto sucedió en la asamblea de Corinto, tal como nos lo muestra este capítulo 14. ¿Qué ha de hacer entonces la asamblea en tal estado, donde hay abuso de libertad y está activa la carne? Corregir la situación con la Palabra de Dios, usando las mismas instrucciones que el Espíritu ha dado en este capítulo 14. Este es el sencillo remedio divino.

Pero nótese que, a pesar del desorden que entró en la asamblea de Corinto, no se les mandó que cambiasen este orden caracterizado por la libertad del Espíritu. No fueron instruidos para que nombraran a un hombre, como ministro, responsable y conductor de la asamblea. El apóstol inspirado solamente les enseña cómo tomar parte con provecho y les exhorta: “Hágase todo para edificación”, “podéis profetizar todos uno por uno”, y “hágase todo decentemente y con orden” (v. 26, 31, 40).

Estas instrucciones no eran exclusivamente para Corinto, sino para cada asamblea de cualquier lugar, puesto que esta epístola va dirigida “a la iglesia de Dios que está en Corinto… con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:2). De modo que estas instrucciones en cuanto a la libertad del Espíritu, etc., comprometen a los creyentes en todo lugar, tanto hoy como entonces.

¿Está el lector asociado con tales sistemas humanos en los cuales el Espíritu Santo ha sido colocado en una posición inferior? ¿Está asociado con aquellos que no le dan a Él su legítimo lugar como conductor y gobernador? Si esto es así, considere bien lo que dice la Palabra: “Apártese de iniquidad”, salga, pues, “a él, fuera del campamento” (2 Timoteo 2:19; Hebreos 13:13) y reúnase solamente en el precioso nombre de Jesús. Reúnase donde Él está como centro y donde el Espíritu es reconocido como el conductor divino.

Asambleas del Nuevo Testamento

En todo el libro de los Hechos –libro que registra la historia de la Asamblea establecida por Cristo– siempre hallamos al Espíritu Santo como el conductor de las asambleas cristianas en todo lugar y usando a quien Él ha escogido como su vocero. Nunca en este libro ni en ninguna de las epístolas hay la más leve mención, ni tampoco alguna alusión velada sobre una persona elegida como el conductor, pastor, ministro o sacerdote a cargo de una asamblea de cristianos (creyentes). Hubo autoridad apostólica y personas como Timoteo y Tito que estaban activamente asociadas al apóstol Pablo en cuanto al establecimiento de las asambleas. Nótese, sin embargo, que Timoteo y Tito no obraban independientemente, sino que eran delegados del apóstol. Hoy en día ya no hay apóstoles, ni nadie que posea una autoridad heredada directamente de los primeros que existieron.

Hubo también dones otorgados a las asambleas en las personas de los pastores, maestros, evangelistas, etc., pero en ningún lugar de las Escrituras leemos que haya habido una sola persona elevada a la posición de ministro o director de una asamblea. Tal elevación habría sido una usurpación del lugar y de la autoridad del Espíritu Santo.

La noción de clérigo

Hoy en día este concepto está fuertemente arraigado en el corazón de las multitudes. En pocas palabras, es la idea de un oficio humanamente conferido, una clase de hombres que tienen el derecho exclusivo de predicar, de enseñar y de ministrar la comunión, etc.

Un maestro de la Palabra de Dios y hombre piadoso ha acertado al referirse a esta práctica:

«Creo que el concepto de un clérigo es el pecado predominante contra el Espíritu Santo en este tiempo de la Iglesia. No me refiero a individuos que lo cometan intencionalmente, sino que el hecho en sí tiene esta característica con respecto a la presente dispensación y debe resultar en su destrucción. La sustitución del poder y de la presencia del Espíritu Santo por cualquier persona –este es el pecado– caracteriza a este tiempo. La condición y la autoridad del hombre puestas fuera de su lugar toman una posición que solo el Espíritu tiene el poder y el derecho de establecer y que Él solo puede mantener para siempre» (J. N. Darby). Palabras solemnes pero verdaderas.

Conclusión

Regocijémonos por la bendita verdad de que Dios el Espíritu Santo está de veras presente en la Asamblea, aunque esté formada por tan solo dos o tres personas reunidas en el precioso nombre de Cristo. Regocijémonos por saber que el Espíritu es el agente y el poder que está activo para obrar en el hombre y para guiar y conducir la asamblea. Regocijémonos por el hecho de que el Señor Jesús en persona está en medio de ella. ¿Qué más se necesita? Que tengamos la fe sencilla para creerlo, para obrar de acuerdo a ello y para andar con corazón sumiso al Señor Jesucristo y al Espíritu Santo.

En vista de lo que hemos encontrado en las Escrituras, preguntémonos lo siguiente:

Un grupo que, en la práctica, no admite la divina dirección del Espíritu Santo ni su libertad de servirse de cualquier miembro de la asamblea como Él quiere, ¿puede llevar el nombre de una verdadera asamblea de Dios, congregada según las Escrituras?