El alejamiento del corazón
En el capítulo 14 del libro de los Proverbios leemos: “De sus caminos será hastiado el necio de corazón” (o “el corazón que se aleja de Dios”; versión francesa de J. N. Darby; v. 14). En el Nuevo Testamento no encontramos la palabra alejamiento, pero sí el hecho o la acción de alejarse. Supongo que para cada uno de nosotros no es necesario buscar muy lejos para descubrir esto en nuestra propia historia.
Estos capítulos de Jeremías reflejan la tristeza del Señor cuando su pueblo no está cerca de Él. Es algo muy real. ¡Nada puede satisfacer más el corazón de Jesús que tenernos cerca de Él. Y nada puede satisfacer el nuestro sino estar cerca del suyo!
¡Cuánta sabiduría hay en Dios cuando dice:
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida!
(Proverbios 4:23).
“Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (cap. 23:7). No se trata de lo que hago o de lo que digo, sino de lo que soy realmente, y de eso mis afectos están ocupados. Creo que vivimos en un tiempo en el que la inteligencia va más allá de los sentimientos. Ciertamente la causa secreta de la falta de poder espiritual es el orgullo del corazón. Por eso Dios quiere la sinceridad de nuestros afectos.
Ahora consideremos estos tres capítulos de Jeremías tan interesantes. Confirman que en otro tiempo Dios tenía un pueblo al que amaba con un amor profundo; amor que Él le demostraba continuamente (Deuteronomio 7:7-8). También muestran de qué manera suave y hábil Dios procuraba ganar a su pueblo para atraerlo nuevamente hacia Él, después de que este se hubiese extraviado. ¡Cuán profundo es el afecto de Dios por su pueblo! Vemos también en este pueblo la imagen de lo que son nuestros propios corazones, y la única manera de volver cuando nos hemos alejado de Dios.
La forma con la que Dios se ocupa de alguien que se aleja, seguramente no es la nuestra. Los caminos de Dios son hermosos y perfectos. En los días del rey Josías hubo, exteriormente, un gran despertar (2 Crónicas 34 y 35). Pero Dios miraba a lo profundo y veía que era superficial. “La rebelde Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (Jeremías 3:10). Ese despertar no fue un despertar sincero. He aquí por qué Jeremías fue elegido para transmitirles esta palabra.
“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos. Todos los que le devoraban eran culpables; mal venía sobre ellos, dice Jehová” (Jeremías 2:1-3). Habían pasado ochocientos cincuenta años desde que ese pueblo, por obediencia a Dios, había dejado a Egipto y a sus ollas de carne, y había salido hacia Dios. Entonces era un pueblo separado para Dios, “santo… a Jehová”, nos dice el versículo 3.
Nos gusta ver el afecto, la energía y el fervor que caracterizan a un recién convertido. Veamos, usted que es cristiano desde hace mucho tiempo, ¿piensa que su corazón tiene la misma frescura que en los primeros días después de su conversión? ¡Oh, dirá usted, ahora sé mucho más! La cuestión no es esta. ¿Ama a Jesús sencillamente, encuentra en él sus delicias, posee la santidad práctica, tiene el deseo de ser solamente lo que él quiere, como al día siguiente de su conversión? Usted puede haber olvidado ese primer impulso de amor, Dios no. Él dice: «No olvidé tu primer amor». “Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí”. ¿Dónde? En un desierto. Cuando los hijos de Israel atravesaron el mar Rojo, se encontraron en un desierto. ¿Qué había en el desierto? Dos cosas solamente: Dios y el suelo árido; nada más. No había pasto, no había agua ni nada para comer.
Este capítulo 2 de Jeremías se asemeja mucho al segundo capítulo de Apocalipsis en el cual el Señor dice a la iglesia de Éfeso: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). No le dice «que has perdido», sino “dejado” tu primer amor. Es como si Jesús nos dijera: Algo se introdujo entre tú y yo, y todo tu afecto e interés por mí han desaparecido. Ahora puedes vivir sin mí, pero hubo un tiempo cuando esto no era posible. ¿Cuál es el estado de nuestras almas respecto a Cristo? Pues bien, si la conciencia nos acusa de alguna decadencia y el corazón es consciente de ello, es extremadamente importante escuchar esa voz.
El gran pecado de Israel era el no tener conciencia de su ruina y de su apartamiento. Años atrás, Dios ya había hablado por otro profeta, Oseas, diciendo: “Efraín se ha mezclado con los demás pueblos; Efraín fue torta no volteada. Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo; y aun canas le han cubierto, y él no lo supo” (Oseas 7:8-9). Cuando un hombre ve canas en su cabeza, tiene conciencia de la acumulación de los años. Israel, es decir, las diez tribus (llamadas Efraín en los profetas), ya sufría de un grave declive, pero no se daba cuenta.
Tengamos cuidado del alejamiento. El primer paso hacia el declive es la atención prestada a algo que interrumpe el disfrute del amor de Cristo. Nuestro corazón pierde la apreciación que tenía de su amor y de su gracia. Nos olvidamos de Él, pero Él no nos olvida. Pablo nos presenta el mismo pensamiento cuando dice: “Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:2-3). El amado apóstol temía que algo se hubiera introducido entre el Señor y los suyos que hiciera a Cristo menos precioso para sus corazones. A los tesalonicenses les escribió: “Ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor” (1 Tesalonicenses 3:8). Fue como si dijese: «Si se desvían, moriré de pena».
Estas líneas ¿están ante los ojos de alguien que se está apartando? Que comience por reconocer: «Me he alejado del Señor». Pues si nosotros no siempre lo sabemos, el Señor lo sabe y quiere atraernos. ¿Hace reproches? No. Es posible que deba reprender y castigar, pero su Palabra restaura. Me acuerdo de tu dedicación, dice el Señor; puedes haberlo olvidado, pero me era agradable, y no olvidé la hora en la que viniste a mí, cuando yo era todo para ti. El Señor habló así a su pueblo, y hoy ¡quizás dirija las mismas palabras a usted o a mí! ¡Él “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”! (Hebreos 13:8).
Cuando Israel salió de Egipto, era plenamente consciente de los cuidados y de la protección de Dios. “Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos? Y no dijeron: ¿Dónde está Jehová, que nos hizo subir de la tierra de Egipto, que nos condujo por el desierto, por una tierra desierta y despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual no pasó varón, ni allí habitó hombre?” (Jeremías 2:5-6). ¡Qué argumento conmovedor hace valer aquí Dios a su pueblo! ¿Había cambiado desde ese día? Ciertamente no, no hubo cambio de su parte. El pueblo había perdido Su presencia y esta pérdida los dejaba insensibles. “Y no dijeron: ¿Dónde está Jehová, que nos hizo subir de la tierra de Egipto…?”. Olvidaron la gracia de la cual fueron los objetos.
Veamos ahora el reproche de Dios. “Y os introduje en tierra de abundancia, para que comieseis su fruto y su bien; pero entrasteis y contaminasteis mi tierra, e hicisteis abominable mi heredad” (v. 7). Dios los había sacado de Egipto, e introducido en Canaán. Pero perdieron todo contacto con Él, y cayeron en una idolatría grosera. “Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha” (v. 8). Tal era la deplorable condición de Israel. Sacerdotes, pastores, profetas y pueblo, todos ellos habían olvidado a Dios. ¡Es un triste cuadro de un alejamiento completo del corazón! Tristemente, hoy muchos creyentes podrán reconocerse en ello.
“Por tanto, contenderé aún con vosotros, dijo Jehová, y con los hijos de vuestros hijos pleitearé. Porque pasad a las costas de Quitim y mirad; y enviad a Cedar, y considerad cuidadosamente, y ved si se ha hecho cosa semejante a esta. ¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha. Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (v. 9-13). Las naciones –los paganos–, ¿hicieron alguna vez lo que hizo mi pueblo? preguntó Dios. “Mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha”. Usted encontrará a lo largo de toda la Escritura que lo importante es lo que aprovecha. Si abandonó a Dios, ¿le aprovechó?
Si los negocios del tiempo presente, los placeres, los deberes y hasta las preocupaciones legítimas a las cuales debemos hacer frente, nos disimulan a Cristo, ¿nos aprovecharán? Interrogue su propio corazón. Usted dirá no, sin duda alguna. “Él les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos” (Salmo 106:15). ¡Qué palabra sorprendente! ¿Usted desea poseer el mundo? Lo tendrá. Dios nunca exige la devoción. Los dos discípulos yendo a Emaús debieron forzar al Señor para que entrara. ¡Cristo no impone su compañía! Lo obligaron a entrar. “Entró, pues, a quedarse con ellos” (véase Lucas 24:13-32). Cierto es que Cristo nos amó primero, pero espera que el amor sea recíproco.
No hay alimento para el alma, ni paz, ni reposo lejos de Cristo. Usted puede haber hecho su camino en el mundo, haber obtenido todo lo que deseó, pero ¿a qué precio? ¿Cuál es su posición respecto al Señor, a su amor, a la comunión con Él? ¿Es Él su razón de vivir? Si perdió este sentimiento, su vida en la tierra no tiene ningún provecho. ¿No es extraordinario que Dios llama a los cielos como testigos para contemplar a un pueblo que se alejó? (Jeremías 2:12). “Me dejaron a mí, fuente de agua viva”. ¡Qué hermoso título: “fuente de agua viva”! ¡Cuán maravilloso es estar en contacto con tal fuente! Dios se presenta a nosotros con todo el frescor de su gracia y la energía de su amor. ¡Y nos alejamos para cavar “cisternas rotas que no retienen agua”! (v. 13).
¡Cisternas rotas! poco importa si son grandes o pequeñas. El hecho es que, si mi cisterna no es Cristo, es una cisterna rota. ¡Cuántos creyentes intentan beber hoy en cisternas rotas! Una cisterna rota no puede retener el agua. Todo lo que no es Cristo no podrá apagar mi sed.
Este reproche es seguido por una pregunta conmovedora. “¿Es Israel siervo? ¿es esclavo? ¿Por qué ha venido a ser presa?” (v. 14). ¿Cómo pudo suceder esto? “De Egipto llamé a mi hijo”, dijo Dios mucho tiempo antes (Éxodo 4:22-23; Oseas 11:1). Había sido esclavo pero Dios lo liberó. “¿Por qué ha venido a ser presa?” Aquel que era libre y experimentaba el amor de Dios, ¿volvería a la esclavitud?
Esa fue la condición de Israel, y como justa recompensa le tocó sufrir dolor y turbación. Ellos mismos eran la causa. ¡Que Dios nos guarde de tal alejamiento! Quienquiera que usted sea, le suplicamos que tome una posición por Cristo, y que nada se interponga entre Él y usted.
Leamos el segundo capítulo de Jeremías con cuidado, como si se tratara de nosotros mismos, y notemos cómo Dios busca alcanzar tanto la conciencia como el corazón. “¿No te acarreó esto el haber dejado a Jehová tu Dios, cuando te conducía por el camino?” (Jeremías 2:17). Todo lo que les sucedió era el fruto de sus propias acciones. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7-8). No podemos echar un puñado de semilla y después obtener una cosecha diferente a la producida por esta semilla. Si sobrevienen el dolor y la prueba, preguntémonos si no es el fruto de alguna mala semilla que hemos sembrado estando alejado del Señor, quizás años antes. Vuelto a Él, tal vez me sorprenda lo que estoy cosechando. Pero ¡no debo olvidar que soy yo mismo quien lo sembré!
“Ahora, pues, ¿qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo? ¿Y qué tienes tú en el camino de Asiria, para que bebas agua del Eufrates?” (Jeremías 2:18). Después de ser liberado, ni Egipto, ni Asiria tuvieron algo que ver con Israel hasta que se alejó de Dios. Pero los corazones alejados de Dios se dejaron llevar por malas asociaciones y recibieron su justa recompensa. Con toda la razón Dios debió decir: “Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos” (v. 19). Aquí encontramos la primera mención de la palabra “rebeldía” que caracteriza el principio del libro de Jeremías (véase 3:6, 8, 11, 12, 14, 22). Pero deja la puerta abierta para el retorno, para que el corazón vuelva a Dios, pues el Señor desea tenernos cerca de Él. ¿No aman nuestros corazones encontrarse cerca de Él? Pero si estoy alejado del Señor, y su mano pesa sobre mí, ¿es Él responsable? Por supuesto que no; ¡lo conozco demasiado bien para decirlo!
Si un corazón se ha alejado del Señor, esta palabra es cierta: “Faltó mi temor en ti” (2:19). Pienso que es el primer paso en el alejamiento; el sentimiento del temor del Señor se apaga progresivamente en el alma, y en ese momento comienza la decadencia. Pero de nada sirve que el que se aleja trate de restablecer las cosas exteriormente. Una purificación exterior no conviene. El interior, el corazón, debe ser puesto en orden. “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (v. 22). Luego muestra cómo el pueblo se parecía al “asna montés” (v. 24), y al ladrón que “se avergüenza… cuando es descubierto” (v. 26) porque cayó en una completa idolatría (v. 27). Dios conoce bien nuestros pobres corazones. Si estamos tan alejados del Señor y sobrevienen la pena y el dolor, ¿qué haremos? “En el tiempo de su calamidad dicen: Levántate, y líbranos” (v. 27). Pero el Señor tiene derecho de responder: “¿Y dónde están tus dioses que hiciste para ti? Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción” (v. 28). Que las cosas de las cuales se ocupaba lo liberen. ¡Evidentemente esto es imposible!
¡Qué pregunta conmovedora hace Dios aquí!: “¿He sido yo un desierto para Israel?” (v. 31). ¿Es mi país estéril? ¿Son vanas las cosas del cielo? ¡Qué sorprendente expresión emplea Dios hablando a su pueblo! Pero es así. Si el corazón pierde el sentido de la gracia, cesa de encontrar sus delicias en Cristo y el resultado inevitable es: “Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano” (Números 21:5).
Agrega: “¿Se olvida la virgen de su atavío, o la desposada de sus galas? Pero mi pueblo se ha olvidado de mí por innumerables días” (Jeremías 2:32). ¿Qué cosas hizo Dios cada día? Había velado sobre su pueblo y cuidado de él. Bendito sea su nombre, ¡pensó continuamente en ellos! Nosotros lo hemos olvidado tal vez, pero Él nunca nos olvida. Estamos esculpidos en las palmas mismas de Sus manos (véase Isaías 49:16), y su única preocupación para con los que se alejaron es su restauración.
En el capítulo 3 de Jeremías, Dios toma otra imagen y compara el pecado de su pueblo con la prostitución. Aunque su pecado era tan grave, leemos: “Mas ¡vuélvete a mí! dice Jehová” (v. 1), porque su deseo de restaurar a Israel era muy grande. Después, en los versículos 6 al 10, se comparan los hechos de Judá e Israel. Dios prefiere la realidad en nuestro corazón antes que el fingimiento de una proximidad inexistente. Había rebeldía y alejamiento manifiesto de parte de las diez tribus (Israel). Pero ¿qué hizo Judá? “No tuvo temor la rebelde Judá” (v. 8). “Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (v. 10). Tenemos aquí una gran lección, queridos hermanos y hermanas. El Señor quiere solamente la realidad. En los días del rey Josías se había producido un despertar. Podríamos pensar que el pueblo se había vuelto verdaderamente a Dios, pero lo hizo simplemente bajo la influencia de Josías. ¡Su apego solo era aparente! Que el Señor nos guarde de tener solo la apariencia de piedad, negando su eficacia (2 Timoteo 3:5).
Admiremos la manera en que Dios trabaja para volver a traer las diez tribus infieles. “Y me dijo Jehová: Ha resultado justa la rebelde Israel en comparación con la desleal Judá. Ve y clama estas palabras hacia el norte, y di: Vuélvete, oh rebelde Israel, dice Jehová; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo. Reconoce, pues, tu maldad…” (Jeremías 3:11-13).
Tal vez usted se pregunte: ¿Cómo puedo volver? Es cierto que Dios habló a mi alma por medio de su Palabra; confieso que he bebido de cisternas rotas (véase 2:13). Pero ¿cómo tengo que volver? He aquí la respuesta: “Reconoce, pues, tu maldad”. Hay solo un camino para volver, ¿cuál es? La confesión. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). ¡Cuán tierno es este llamamiento: “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo”! (Jeremías 3:14). Por parte de Dios las relaciones no están cortadas. Note los alientos de los versículos 14 y 15: “Os tomaré… os introduciré… y os daré pastores…”.
Desde el versículo 16 al 20 se nos muestra cómo Dios terminará por ganar y restaurar a Israel como pueblo: las diez tribus y Judá. El versículo 21 revela el estado moral que precede a la restauración, es decir el “llanto de los ruegos”. Luego viene otro llamamiento conmovedor: “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones”. ¿Quién puede resistir a este llamamiento? A menudo un alma desdichada dice: ¿Cómo puedo volver? ¿Qué camino seguir? Considere este versículo: “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones”. Note el efecto de este llamamiento: “He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios” (v. 22). ¡Hemos decidido venir! Aquellos que obedecen a este llamamiento para volver, responden: “Venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios”. Si esta respuesta esperada no es dada, ¿sabe usted lo que sucederá? Las cosas irán de mal en peor. Si no prestamos atención a la palabra de reprensión, llegaremos al versículo 6 del capítulo 5: “Sus rebeliones se han multiplicado, se han aumentado sus deslealtades”. ¡Cuán solemne es!
Y no es todo, porque el pecado no juzgado abre la puerta a un mal más grave aún. En Jeremías 8:5 Dios pregunta: “¿Por qué es este pueblo de Jerusalén rebelde con rebeldía perpetua? Abrazaron el engaño, y no han querido volverse”. Si no escucho la palabra para volver, caeré en esta condición terrible de una rebeldía perpetua. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Hebreos 3:12-13).
Existe solamente una manera de ser sacado de ese terrible camino de decadencia: reconocer sinceramente nuestro propio estado y mirar simplemente a Dios para ser librado. Podemos expresarnos así: “Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado” (Jeremías 14:7). No pienso que los que hablen así ya estén restaurados, sino que esta oración revela los ejercicios que llevan al camino de la restauración.
Ahora leamos el capítulo 14 de Oseas. Aquí Dios nos presenta con otras palabras la manera en que el alma vuelve a Él. “Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído” (v. 1). He aquí un nuevo llamamiento de Dios con su conmovedora invitación. Hasta le dicta lo que debe decirle: “Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios” (v. 2). Esta es la forma de hablar de alguien que vuelve teniendo el sentido de la gracia. “No nos librará el asirio; no montaremos en caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Dioses nuestros; porque en ti el huérfano alcanzará misericordia” (v. 3). El ser consciente de la gracia y de la misericordia hace volver el alma a Dios. ¿Y cuál es ahora la respuesta de Dios? “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos” (v. 4). ¿Puede haber algo más bendito? ¿Qué podría animar más a un alma a volver al Señor? Es la victoria del amor sobre la falta de amor.
Luego siguen los efectos de la restauración. “Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo, y perfumará como el Líbano. Volverán y se sentarán bajo su sombra; serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano. Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? Yo lo oiré, y miraré; yo seré a él como la haya verde; de mí será hallado tu fruto” (v. 5-8).
Hermano que se alejó, no suponga que al abandonar al Señor, todo se terminó para usted y que no puede ser restaurado. No; si vuelve, días mejores han sido preparados para usted. El propósito de Dios es conducirnos a un estado práctico mejor del que hemos perdido al alejarnos. De esto resulta que gustamos mucho más la gracia, tenemos más confianza en el Señor y desconfiamos más de nosotros mismos. “Serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano”: estas son imágenes maravillosas de la prosperidad y el frescor de un alma restaurada. Cuando es restaurada, dice como Efraín: “¿Qué más tendré ya con los ídolos?” Y Dios responde: “Yo lo oiré, y miraré”. Efraín agrega: “Yo seré a él como abeto verde” (V. M.). El abeto es uno de los árboles más hermosos, verde todo el año. Es la figura de aquel que tiene el sentimiento continuo del favor de Dios, y del amor del Señor. Pero Dios precisa: “De mí será hallado tu fruto”. En el versículo 8 tenemos un diálogo que expresa el arrepentimiento consciente de que la bendición proviene enteramente de Dios.
Oseas puede terminar su libro con estas palabras: “¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los rebeldes caerán en ellos” (v. 9).
Nos dé Dios a todos tomar en cuenta su Palabra y considerar que sus caminos son caminos de ternura, en especial para aquellos que se alejaron. Amigo, si este es su caso, sea severo con usted mismo, pero recuerde que el corazón de Dios está lleno del amor más fiel y solo busca su restauración.
Tu tierno amor, cual Tú, invariable,
Atrae mi alma para gozar
En la luz tuya, dicha inefable,
Que sus destellos da sin cesar.
Si ver pudiera de tu ternura
Todo el reflejo, ¡oh Salvador!
Mi alma inundada de tu dulzura
Sabría amarte con más fervor.
Si alguna nube se me presenta,
De Ti quitándome el resplandor;
Divino Amigo, tras la tormenta
Como antes brillas con tierno amor.
Que de Ti nada pueda apartarme
Y si de nuevo, Señor Jesús,
En mi flaqueza vuelvo a desviarme
Haz que muy pronto torne a tu luz.
Himnos y Cánticos N° 147